jueves, 20 de septiembre de 2012

Por ti volaré. Parte VI (Humor)


¡Era alucinante!, como era de noche, el paisaje se limitaba a miles de puntitos luminosos anaranjados y agrupados, además sólo con mirar al frente, podía ver las estrellas, eso sí, con la nariz pegada a la ventanilla y usando ambas manos para que la luz del interior del avión no me molestase. Intenté distraerme intentando adivinar la población que estaba sobrevolando calculando a ojo el tiempo de vuelo y el transcurrido. (Cosa absurda en mí, puesto que la geografía no es mi fuerte. Es más una vez hablando con un grupo de amigos, les aseguré que si lo piensan bien, Andalucía está en el centro de España, pero eso es otra historia, jejeje).
Después de bastante rato (no sabría decir cuanto) vi algo espectacular, las luces comenzaron a agruparse formando una línea, tras esa línea todo era absoluta oscuridad... estábamos a punto de sobrevolar el Mediterráneo.

Las azafatas comenzaron su vaivén con el carrito, les llamé la atención y pedí una cerveza puesto que notaba que era directamente proporcional el alejamiento de la costa con el incremento de mi nerviosismo. Me la tomé de un solo trago, bueno, tampoco es una hazaña porque las latas en el avión son de 125 ml, vamos un chupito cervecero. Fue una mala idea, muy mala idea. La cerveza que me tomé en la terminal, sumada a la lata y como añadido extra del cinturón al que seguía abrochado y más apretado que el presupuesto de un pensionista, reclamaban con actitud imperativa su inmediata salida de mi cuerpo. ¡Ni soñarlo!, lo único que me faltaba porque me ocurra es que el avión se estrelle. Entonces convertiría en literal el sinónimo más soez de pasar mucho miedo. ¿nos entendemos?¿sí?, mejor.
Bueno, el caso es que intenté desviar esa desagradable sensación buscando algo en el qué pensar, pero recordar la gran extensión de agua que había bajo mis pies hacían flaco favor a mi empresa. 
"Ains, ains, ains, ufffffff", mascullaba entre dientes, como no hiciera algo al respecto, iba a tener un accidente y no aéreo precisamente.

Dicen que la necesidad es la madre de los ingenios, en mi caso es el localizador de valentía, me desabroché con bastante inseguridad el cinturón y mi estómago se expandió con el big bang al sentirse liberado, pero eso incrementó mi urgencia. Con dificultad me dirigí al pasillo (cuando se referían que volar es como ir en autobús, tenían que referirse a la estrechez de sus asientos). Mi compañero de viaje se levantó muy cortésmente, pero algo me hizo suponer que deseaba saber cómo me iba a ir. ¿vosotros no lo pensaríais?.

Bien, para contar lo que hice a continuación, he de explicar un par de cosas. Primero, recordad en el estado emocional (y físico) en el que entré en el avión y lo segundo, como tenía tanto pavor, sólo miraba hacia adelante, así que sólo vi el luminoso del w.c que estaba en el morro, es decir, justo a la otra punta, no tenía ni idea que, pegado a la espalda de mi asiento se encontraba el otro baño. Bueno, seguimos pues.
Caminé a duras penas, no solo por las cervezas, también porque me temblaban las piernas por miedo o porque me estaba... bueno, ya sabéis. Fui avanzando aferrándome a los cabeceros de los asientos, con tal mala suerte que le agarré el pelo a una mujer que su quejido sonó como si pisasen a un chiguagua. Me disculpé rápidamente y llegué a mi objetivo. El proceso fue bastante rápido, como soy escritora (más bien aspiro a ello) debo añadir alguna descripción, por eso de que una historia real tiene que ser eso, lo más real posible. Pero como se trata de mí pues me limitaré a describir mi proceder como el agua saliendo de un sifón, vamos a presión. Es que el baño era bastante pequeño, juer que mi escobero tiene más capacidad leñe, y quería llegar cuanto antes a mi asiento. Menos mal que pillé a Murfhy despistado, porque en ese momento hubiese pegado unas turbulencias. ¿A que se os pasó por la cabeza?. Bueno, turbulencias no, pero sí movimientos, sentí como si el avión entero se girase sobre un costado.
Como acto reflejo de supervivencia, aferré ambos pies y ambas manos a las paredes del baño esperando que el vaivén pasase pronto. Eso, claro está, sin haberme dado tiempo a subirme los pantis. Vamos, que para una foto.

Regresé a mi asiento, esta vez sin incidencias, una vez acomodada y "prensada" con el cinturón, mi compañero me comunicó la existencia del baño que desconocía "cagüentóloquesemeneaadosmanossojodío", pensé para mí. Mentí descaradamente explicando que ya lo sabía pero que necesitaba estirar un poco las piernas. Asintió con una sonrisa que decía "Vamos, si tú lo dices, aceptamos barco como animal de compañía".

Miré por la ventanilla, la oscuridad total seguía dominando el exterior, salvo algún puntito de luz que supuse que sería algún barco. Justo cuando me estaba preguntando cuándo íbamos a llegar, se escuchó la voz del comandante anunciando que en breve aterrizaríamos en el Prat. Sonreí ampliamente a mi compañero al saber que al fin estábamos en Barcelona. Él me devolvió la sonrisa casi con el mismo entusiasmo.
El avión giró bruscamente, se inclinó tanto que por la ventanilla pude ver el extremo del ala sobre nuestras cabezas, cuando se enderezó, apareció Barcelona de noche casi como por arte de magia. Comenzó el descenso y yo me sentía eufórica por partida doble, primero porque iba a salir del avión y segundo, claro está porque iba a poder abrazar y besar al causante de mi viaje. Estaba ensimismada mirando todo cuanto mi retina podía retener cuando el tren de aterrizaje tocó tierra, fue un golpe brusco y el aparato temblequeó un poco. Volví a aferrarme a los reposabrazos, esta vez clavando las uñas, esta vez me di cuenta al momento y solté al instante la ya magullada mano de mi compañero.

Cuando al fin el avión paró aún tenía los nervios a flor de piel, y en ese momento se escuchó por los altavoces una música de trompeta, igualita al que suena a la salida de las carreras de caballos, eso y que los pasajeros rompieron a aplaudir y silbar, me provocaron gran angustia. Porque puede que celebraran el haber llegado, pero yo lo interpreté que celebraban el haber llegado de una pieza, como si fuese cosa de suerte.
Los pasajeros comenzaron a levantarse para coger sus equipajes, pasé literalmente por encima de mi compañero, quería salir de allí lo antes posible. Pero el avance hacia la puerta (que en esta ocasión solo se salía por delante) iba con una lentitud desesperante. Pero ya estaba tranquila y ahora solo pensaba en ver a la persona que me estaba esperando en la terminal. Cuando casi había llegado a la salida, pude ver al comandante que iba despidiendo al pasaje, comprobé que era asiático y mi sevillanía me traicionó, no pude evitar sacar el chiste. -¿Cómo ha podido despegar y aterrizar si tiene los ojos medio "cerraos" si parece que va "dormío"- lo dije casi susurrando, pero al escuchar una sonora carcajada comprobé que no fue así. Miré en dirección a la risotada, ¿como no?, mi compañero. Le sonreí ampliamente y añadí -Perdón, se me escapó, pero si no lo suelto me salen sarpullidos- Era evidente que estaba más tranquila aunque, eso sí, con el efecto de las cervezas aún patentes, en el brillo de mis ojos y en la destreza de mi lengua.

Al fin estaba en la T2 de Barcelona, caminé por inercia siguiendo a la lengua de gente que se aglomeraban en la terminal y que aparentemente, buscaban también la salida. Mi compañero de viaje me llamó la atención, tenía que recoger su equipaje facturado. Me aseguró que había volado muchas veces pero que, sin duda este vuelo siempre lo recordará asegurando que nunca se había reído tanto. Nos despedimos y cada uno se fue en dirección opuesta del otro.
Y ahora caigo, no le pregunté su nombre y creo que tampoco le dije el mío, pero ¿quién sabe?, puede que el sino haga llegar a sus manos este relato.

Encendí el teléfono y casi al momento éste sonó. Mi destino, el objetivo principal de mi viaje estaba al otro lado. Él me iba indicando por donde tenía que tirar y yo le contaba lo que iba viendo (con lengua de trapo). Recto, recto, recto... uf, ¡qué grande es este aeropuero!, recto, derecha, recto... De repente oí unos gritos que procedían del exterior de una puerta automática que había a mi derecha. Menos mal que se había abierto y pudieron verme, casi me la paso de largo. Allí estaban, mi pareja y mis sobrinos políticos esperándome. Corrí hacia él (a mis sobrinos los saludé después, lógicamente) y me lancé a sus brazos fundiéndonos en un largo y apasionado beso que solo tres meses de ausencia pueden provocar. Salimos eufóricos a la calle, ya estaba en Barcelona, pero, como diría Michael Ende... "Esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión".

FIN

4 comentarios:

  1. Comentario de Salvador Leiva

    Jajajaj he disfrutado mucho con tu experiencia, me hartao reír.
    Menos mal que no te pasa lo que a mi el día que fui a Barcelona, he estado varias veces pero un día pego un bajón el avión que bajó no se cuantos kilómetros de golpe jajaja al menos eso me pareció, una bolsa de aire caliente o algo así decían que era, el estomago lo tuve que sacar de la casilla de las mascarilla jajajaj

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  2. Me encanta la historia,está contada con tanta gracia que he disfrutado leyéndola,un beso enorme

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  3. He disfrutado recordando "Por tí volaré"

    Me he tronchado cuando "has pisado al chiguagua", y te he imaginado románticamente en ese baño, en tu alarde de supervivencia, ja ja ja ja ja... Por cierto, que es buenísimo estirar las piernas, una se queda mucho mas relajada... los médicos siempre aconsejan para todo, andar, ja ja ja ja
    La "sevillanía" de los ojitos del Comandante...sin comentarios.
    Ja ja ja ja ja ja ja

    Me ha encantado el abrazo, por que en esos momentos eres super feliz, y así es como siempre quiero sentirte, escritora :))

    Te pongo de nota un 12 ;)


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  4. ¡Genial! Acompañantes como tu en los viajes hacen falta

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