viernes, 27 de mayo de 2011

El perdón. (Relato).

Escuché el chasquido del cerrojo, volvió, finalmente volvió. No podía más, tenía que hablar con él, desde hace varias semanas se comportaba de forma diferente. Los interminables días se consumían mientras que me preguntaba qué le ocurría. Más callado de lo habitual, más distante y más frío. 
Escuché sus pasos en el pasillo y encendí la luz de la mesilla. No esperaba que estuviese despierta porque su caminar se ralentizó. Cada pisada suya era como una descarga qeu me acelerara el corazón más y más. 
Le estaba esperando impaciente, con una única pregunta alojada en mis labios deseosa de salir y aún así, no quería hablar con él.
Cientos de sospechas, miles de temores tendrían al fin respuesta. Después de tantas semanas, mi incertidumbre se acabará aquí y ahora. Aún así, sentía miedo. Tenía miedo de confirmar una verdad que aunque la sabía, intentaba negar con desesperación. Deseaba estar equivocada, pero no quería seguir engañándome a mí misma aunque ojalá esté equivocada... ojalá me mienta. 

Con mirarme a los ojos le basó para adivinar la pregunta que me quemaba por dentro. Fue valiente, hay que reconocerlo. Respiró profundamente y sentándose a mi lado, me cogió de la mano acariciándola con pulso tembloroso. Esa caricia fue para mí como meter la mano en un saco lleno de cristales rotos e inconscientemente, la retiré.
Tras un breve silencio que a mí se me antojó eterno, al fin habló. Lo hizo pausadamente, relatando detalle a detalle, momento a momento. Desde el principio hasta ese mismo momento. Sus prolongadas ausencias; sus demoras a la hora de regresar a este hogar, ahora roto;  el enfriamiento de sus emociones hacia mí y la búsqueda de calor lejos de todo recuerdo...
Agradeció mi silencio, parecía aliviado porque le dejé explicarse. Con tono condescendiente dijo que eso era lo que más le gustaba de mí, que conmigo se podía hablar porque sabía escuchar. Pero no, ese no era el caso, no hablaba porque mi interior comenzó a petrificarse, los sentimientos se contrajeron y se vistieron con una coraza impenetrable. 
Creí que me quería, creí que lo nuestro era más fuerte que esto, creí que nosotros estábamos por encima de aquello, por encima de todos.
Después de tanta lucha, de ir a contracorriente del mundo para al fin poder estar juntos, después de tantos años amando y creyendo ser amada, después de creer que lo nuestro sería para siempre; la realidad me arroja sin dilación a este error. 
Pero me equivoqué, la llama que pensé eterna se extinguió brotando de sus rescoldos la presencia de otra mujer.
Sentí cómo el corazón se me partía en mil pedazos y sin poder controlarlo, las lágrimas se deslizaron por mis mejillas como un ácido que me abrasaba la piel.

Arrepentido, se mostró arrepentido, se acusó de cobarde, ruin, miserable... 
Necesitaba mi perdón, me pedía otra oportunidad. Me suplicaba indulgencia apelando con nuestros recuerdos más preciados, mancillando con su imploración mi alma deshecha.
Le oía sin escuchar, la voz de mi subconsciencia hablaba más alto que él y me aconsejaba, me hacía dudar, me decía que puede que sólo era un error que ambos podríamos superar. Quería convencerme que podríamos hilvanar lo que las uñas de otra mujer había desgarrado, que podríamos rehacer lo deshecho.
Cierro los ojos y dejo de escuchar, me busco a mí misma. Por mi memoria desfilaron todos esos momentos en los que me arrancó una sonrisa, cuando que me acariciaba como si fuese una pompa de jabón, cuando que me juraba que me amaría siempre... 
Le amaba, a pesar de todo, aún le amaba y eso me provocaba más dolor si cabía. 

Quiso abrazarme, besarme… pero no pude dejarle hacer. No podía dejar de preguntarme si la piel de ella era más suave que la mía, si sus besos son más cálidos, si su mirada era tan sincera como la mía o sus abrazos más reconfortantes.
Él superó mi bloqueo y me rodeó con sus brazos, aferrándose casi con desesperación.
El contacto de su piel hizo tambalear mi entereza y mi cuerpo tembló rebosando miedo, ira y decepción...  
Sus suaves caricias desgarraban mi interior y el dolor se intensificó. Como un árbol atravesado por un rayo, mi condescendencia se quebró y mi exterior se convirtió en una figura gélida. Le clavé una mirada pétrea, con sequedad y convicción, le aparté de mí.

Hablamos hasta despuntar el alba. Él quiso demostrar su arrepentimiento de mil y una formas. Prometía, juraba rectificar y compensar tal agravio, suplicando en todo momento mi perdón. Yo pregunté por mis errores, quise saber, necesitaba saber qué hice o dejé de hacer para apartarle de mi lado y empujarlo hacia los brazos de otra mujer. 
Nada, dijo que no hice nada, que él era el único culpable. Que todo comenzó como un juego tonto, inocente. Pero poco a poco aquel juego le fue absorbiendo hasta que llegó a la delgada línea que separa la lealtad de la devoción. Se confesó débil, no supo frenar y traspasó aquella línea porque la curiosidad de catar lo prohibido anuló el sentido común y dio rienda suelta a sus inhibiciones. No supo decir no y eso fue lo único que me importó.


Le miré a los ojos fijamente, en algún lugar de su mirada opaca pude ver de forma tenue, aquel hombre que un día, me prometió el cielo para arrojarme al infierno; pude ver aquel que me prometió la vida para arrebatármela con esas frías palabras; pude ver aquel me decía que me quiso y aún me quería... En el fondo de su mirada pude ver que aún me quería. Pero la decepción volvió a tomar riendas y bajé la mirada.

Me prometió, me juró que lucharía por mí, que volvería a conquistarme, que aún me amaba y reconstruirá lo deshecho mucho más fortalecido. Yo le escuchaba desde la lejanía, porque cada palabra que escuchaba de su boca, me hundía más y más en un dolor insoportable. Quise convencerme que todo podría ser un resbalón, un obstáculo en nuestro camino, un designio del destino, puede que hubiese sido una prueba que deberíamos superar para fortalecer aquello que creamos.

Le cogí de las manos, a su tacto sentí que las mías estaban frías. No sé de dónde salió el valor para mirarle de nuevo a los ojos, pero lo hice. ¡Dios, cómo le quiero!, pensé con una opresión en el corazón que que podría hacer estallar en cualquier momento. Le supliqué que luchase, si realmente me quería, luchase porque le aseguré que no se lo pondría fácil. 
Tendría que demostrarlo día a día, palabra por palabra, gesto por gesto...
Y algún día, ¿quién sabe?, cuando vuelva a mirarle como lo hacía, cuando vuelva a besarle como antes, entonces lo sabrá... Sabrá que habrá llegado mi perdón.

Sylvia Ellston.
Obra registrada. Código: 1111250598205



5 comentarios:

  1. Un perdón encriptado tras una mirada opaca, ¡Mmmm!, difícil de obtener.
    Buen relato, aunque creo que tu personaje lo tendrá difícil.

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  2. Muchas gracias, por tu comentario y por seguirme. Un saludo desde Sevilla.

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  3. Me encanta la riqueza de imagenes siempre presente en tu narrativa, es un placer leer toda tu creación literaria, un saludo desde Bogotá, Colombia.

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    1. Muchísimas gracias por tus palabras. Me alegra enormemente que te haya gustado.
      Bienvenida a mi blog y espero que te sientas a gusto en él.

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