martes, 12 de marzo de 2013

Duelo

¿Qué es esto, por qué verte puedo? Te acercas a mí con desidia, mi turbia mirada distinguirte puede. Nunca te he visto pero te reconozco, eres tú, Espectro de las Tinieblas. ¿Rondas mi persona esperando mi expiración  cual ave carroñera?
¡Sí, así es!, hasta mis huesos percibir pueden tu deleite ante mi agonizante final. 
¡Oh, aparta de mí tu vil instrumento!, no coseches aún mi ánima agonizante. Pues este ser que ante ti se postra, aún algo le queda por explicar. Déjadme vuestra merced, narrar la cruenta historia por la que esta futura ánima errante, debe seguirte hasta los infiernos. Pues sé que ese es mi sino.
Nublose la vista, poco tiempo queda ya, mi aliento a chorros me hurtas, dejad vuestra merced, que este humilde condenado, os pueda relatar su maldita suerte y el motivo por cual, vos llegasteis a mi encuentro...

El calor caía con aplomo en la Capital del Reino. Llegaba yo de la contienda de Flandes, marché mochilero y regresé veterano. Ventaja del oficio, caído un oficial, todos ascendíamos para así esperar una gloriosa muerte, vomitando un "Gloria al Rey" y maldiciendo al hereje, hijo de mil padres que nos diere alcance.
Como decía pues, llegué a Madrid, esperando cobrar mi sueldo de soldado. Llegué con altivez a la comandancia y marché abatido y más pobre que antaño, pues mis logros no fueron considerados.

Me dirigí a la calle Santa Clara, en busca del convento al que daba nombre para buscar sopa caliente por caridad, inmerso en mis pensamientos y maldiciendo mi suerte al verme mendigo. Cuando un carruaje con escudo de armas en su flanco, me embistió y tirome al barro. "¡Bellaco!" de mis labios escaparon. El cochero oyome y paró el carruaje, bajando de él un fornido bastardo. Levantó el látigo dispuesto abatirme, mi lozanía impetuosa buscó en mi espalda, la daga toledana herencia de mi difunto padre, presto a rendir cuentas por su osadía. "¡Deteneos!", escuché con estupefacción. 
Olvidome del cochero al deleitar mi vista, con el ser más hermoso que jamás hubiere visto. Tan bella y perfecta que seguro estaba, que de un ángel se trataba.
Con una sonrisa, que haría perder los sesos hasta la mismísima Inquisición, disculpose ella ante la torpeza de su criado y extendiendo una mano de porcelana, me dio dos monedas de plata. Mi pétrea figura, observó el carruaje hasta perderse entre las calles. Convencido que no volvería a verla, busqué posada para guarecerme en la noche.

Tres días pasaron desde mi encuentro celestial. Pensándola de día, deseándola de noche. Recorriendo la calle en la cual tuve la divina revelación. La temple me abandonó cuando vi su carruaje de nuevo. Un instante que eternidad se convirtió, cuando su iris penetró en mis pupilas. Con elegantes gestos, cual noble señora era, abrió su abanico y con gracia, simuló tras él una sonrisa que solo yo pude divisar. 
Cuando a punto estaba de perder tal aparición celestial, ella dejó caer su pañuelo que una fuerza divina, postró a mis pies.
Aspiré su perfume despertando mi líbido y convirtiéndome en hereje de mi nueva religión, su persona. Cuando mi reliquia acariciar quise, hallome en él una misiva, que leí con ansia: "Tras la vespertina, en el Convento de San Gerónimo, espero a vuestra merced y a su gallarda persona".

Dos semanas fueron las que permanecí en el Reino de los Cielos, derramando nuestro amor y abrazados por la penumbra. Mi Señora, que a mí se ofrecía con dedicación de gentil moza en noche de nupcias y entregome yo a ella ofreciendo lo que ella anhelaba de su anciano esposo.
Dos semanas fueron en las que descubrimos con euforia, el agridulce sabor del amor clandestino...

Antes de vuestra presencia Señora de las Tinieblas, me turbase. Hallome esperando en el huerto del convento, deseoso del auge de mi encuentro. Pero no hallo a mi señora, sino al esposo de honor mancillado. "Pardiez tunante, no habrá cuartel para tal vil bellaco" hablome el viejo cornudo.

Dispuesto a defender mi amor ante el atentado honor del esposo, dispuse pues mi espada al servicio de mi causa. La euforia ante la evidente victoria, nublome los sesos. Pues lozano yo y viejo él, poco habría de durar el duelo. 
Deleitarme quise pues de mi hazaña, imaginando la contienda en boca de juglares y poetas, burlome de mi enemigo alardeando de mi destreza con el acero. Olvidome pues, que los nobles carecen del sentido del honor en la batalla y visto él que la afrenta no podía sanar como quisiere, bajó su espada gritando "¡Cuartel para mi persona!".
Bajé la guardia saboreando con gula mi victoria, que se me atragantó cuando, sin poder decir esta boca es mía, dos hombres a sueldo del Marqués, salieron de la penumbra y prestos, me inmovilizaron.

El cornudo sacó de su cinto un arcabuz, sopló con desidia la mecha y apuntome con ese arma de cobardes. "Dios pongo por testigo, que esta afrenta no quedará solo así" dijo el bellaco ,supe pues que, aquel cornudo no saciará su venganza cuando me diere muerte.
El plomo de la vergüenza, se incrustó en un pecho carente ya de corazón, pues roto ya estaba, temiendo por la suerte de mi Señora...

Heme aquí pues ante vuestra merced, cumplid con vuestro cometido y llevadme a los infiernos. Daos prisa, Señora de las Tinieblas, pues saber que jamás podré ver a mi amada, no hace más que incrementar mi agonía.
¡Elevad vuestra guadaña y sesgad mi alma!, llevaos los despojos de este miserable enamorado. Deseo vuestra estocada, ¡Sí, la deseo!.