sábado, 18 de junio de 2011

Sensorial (Erótico)

Vergüenza, timidez, nervios... Todos esos sentimientos se agolparon en mi interior mientras que, con ojos cerrados, sucumbía a tus cálidos besos que recorrían mi cuello. Poco parecía importar que fuesemos espiados por el espejo retrovisor. A veces, entre besos y caricias, podía observar con ojos entreabiertos, cómo el taxista nos espiaba con una mirada que se me antojó divertida y confidencial. Supuse que en esa profesión muchas cosas había visto ya como para sorprenderse. Aún así, me sonrojé aún más.

Mientras tú confirmabas la reserva de nuestra habitación, yo permanecía a un par de pasos de ti, mirando inquieta en todas direcciones, mi corazón palpitaba con tal violencia que me extrañaba que sólo yo podía oírlo. Once plantas sobre nuestras cabezas, es lo que nos distaba del lugar elegido para dar prueba física de cuánto nos queremos, de sentirnos el uno al otro por vez primera.

En cuanto las puertas del ascensor se cerraron, te abalanzaste sobre mí deborando con avidez mis labios, tus manos dibujaron el contorno de mi silueta, bajando hasta mis nalgas  y las oprimiste con firmeza y me acercaste más a ti. Pude notar la rigidez de tu hombría. 
Un sentimiento nuevo apareció... impaciencia.

La puerta del ascensor se abrió, salimos un poco desorientados a causa del breve éxtasis. Escaso tiempo, pero lo suficientemente intenso como para dejar a flor de piel todos nuestros sentidos. Sonreías con amplitud al delatar mi timidez mientras, numeraba en voz alta los números de las puertas de las habitaciones.
- Cuatro, cinco, seis... siete, aquí es-  murmuré ocultando sin éxito mi sonrojez, el leve temblor de mi labio inferior me delataba. Y tú disfrutabas con malicia por mi estado.

La puerta se cerró tras nosotros, ahora sí, ya estábamos completamente sólos, sin miradas indiscretas. Solos tú y yo. Mis miedos volvieron a resurgir mientras me acariciabas, me besabas, susurrabas mi nombre y el apodo cariñoso que me otorgaste. Yo te oía lejos, pues los temores se mantenían firmes en primera línea. 

Cuando anunciaste que vendrías a verme, que al fin estaríamos el uno frente al otro después de tanto tiempo de charlas en la distancia, me sentí cohibida. El temor a no saber actuar, a poder decepcionar... Nunca fui una experta en el juego del amor, nunca me había sentido guapa o interesante.
Y me hiciste sentir como una diosa y ahora heme aquí, una simple mortal a punto de abrir la caja de Pandora.

Tus besos se volvían más y más voraces, tus caricias más firmes, tus susurros describían tu impaciencia, tu deseo... Entre respiraciones jadeantes y abrazos que rozaban la desesperación, me hallé completamente desnuda ante ti. Y, como si de una pluma se tratara, me cogiste en brazos y me tumbaste sobre la cama con delicadeza. Sentía que me empequeñecía mientras acariciabas, besabas y observabas mi desnudez. Sonreías, sonreías feliz, sonreías satisfecho, sonreías orgulloso. Y me relajé, alejé mis temores y prejuicios para así, abandonarme a ti.

Pude sentirte en mí, ya éramos uno sólo y no pude evitar lanzar un gemido que salió explosionado desde mis entrañas, con suaves movimientos me ibas alejando más y más de la realidad, hasta llegar el momento que me poseiste con toda la furia que el deseo y la impaciencia provocaron. Ya no era dueña de mí, me entregué plenamente, descubriendo nuevas sensaciones antes tabúes para mí. Escuchaba mi voz, pero no me reconocía. Y cada gemido, cada grito, hacía que me poseyeras con más intensidad, liberando así nuestros instintos más ancestrales.

Tras una explosión de éxtasis unísona, caiste desplomado sobre mí. Totalmente sudorosos, extenuados, jadeantes... Sin separarte de mí, continuaste besándome, acariciándome, susurrándome... Ambos sonreíamos ampliamente porque al fin, libres... pudimos demostrar cuánto nos queremos.

Sylvia Ellston.
Obra registrada. Código: 1111250598748