jueves, 16 de julio de 2015

Averno

 El frío me despierta, miro a mi alrededor desconcertada. Es mi habitación, reconozco el mobiliario a pesar de la penumbra. No obstante, parece distinto. Enciendo la luz de la lamparilla. Todo a mi alrededor está viejo, descuidado y sucio. Es como si estuviese abandonado por décadas. Parpadeo con extrañeza y cuando vuelvo a fijarme, todo está como siempre.

Siento la garganta seca y voy a la cocina para beber. Al segundo trago, noto en el agua una textura espesa y sabor férreo. Miro al grifo y del él sale un chorro viscoso de sangre casi coagulado. Las náuseas arquean mi cuerpo e intento vomitar lo ingerido sin éxito. Miro el fregadero y el agua que se desliza por el desagüe es cristalina.
Cierro los ojos con fuerza e intento volver a la realidad, estoy convencida que esto es un sueño, pero no consigo despertar.

La paredes crujen y se agrietan, el techo se resquebraja y cae sobre mí, trozos de escombros. Instintivamente, me quedo en cuclillas e intento proteger mi cabeza con ambos brazos. Un par de pedazos caen sobre mí y gateo para ponerme a salvo bajo la mesa. El ruido cesa y con precaución, salgo de mi refugio para observar lo que temía... No hay rastro de lo que acaba de ocurrir, otra vez todo es normal y tranquilo. No obstante, algo recorre mi mejilla, repaso con los dedos la sien y compruebo que hay sangre en ellos.

Voy al baño par a curar la herida. Me miro en el espejo, por suerte la herida es superficial pese a que la sangre brota de forma alarmante. Con mano temblorosa abro el grifo mientras contengo el aliento con temor, exhalo ruidosamente al ver que solo sale agua corriente.
Tras refrescarme la cara, saco del armario algodón y un antiséptico. Al cerrar la puertecilla veo en el espejo un rostro marchito, pútrido y casi momificado.
Lanzo un alarido desgarrador al reconocerme mientras me alejo caminando de espaldas para apartarme de tan espeluznante imagen.

La sensación de peligro activa mi instinto. Debo salir de aquí, buscar ayuda y encontrar una explicación. Salgo al pasillo y emprendo una carrera desbocada hacia una puerta que se aleja a cada paso que doy.
El suelo se vuelve inestable, es un lodo negro y fétido que aprisiona mis piernas. Después de unos pocos pasos, estoy inmovilizada. Intento gritar con todas mis fuerzas con la esperanza de ser escuchada. Pero la impotencia y desesperación me domina al comprobar que, pese a mis esfuerzos, no sale sonido alguno de mi garganta.

Todo a mi alrededor comienza a arder. Unas llamas azuladas me rodean peligrosamente, pero no despiden calor. Por fortuna, esas llamas convierten el lodo en cenizas y me libero. Vuelvo a reunir fuerzas y corro con desesperación. En esta ocasión, consigo llegar la puerta y tras abrirla con violencia, cruzo el umbral.
Me aferro con ambas manos al pomo mientras mi cuerpo se balancea y mis piernas patalean sobre el vacío abismal que me esperaba al otro lado. Llorando de impotencia, consigo columpiar mi cuerpo para que la puerta me acerque hacia el suelo del lugar del que estaba huyendo. 

Permanezco de rodillas mientras golpeo con los puños al suelo al ritmo de mi corazón desbocado. Pero inmediatamente me paralizo y agudizo mis sentidos hacia la oscuridad que dejé a mis espaldas pues de allí sale un gruñido gutural que araña mi espalda como una daga candente.

Ignorando mi deseo de intentar huir de nuevo porque ya he comprendido que es imposible. Me doblego ante los acontecimientos y me pongo en pie mientras me giro para escudriñar la oscuridad.

- ¡No puede ser!.
Musito al reconocer la silueta que sale de las sobras lentamente y con porte amenazador. Unos ojos amarillos y llameantes me traspasan hasta el alma. Su rostro se me antoja hermoso y horripilante. La sonrisa que me dedica me provoca pavor y osadía. Y su musculoso y velludo cuerpo me incita lascivia y repulsa, todo a la vez.
Le reconozco al instante, aunque es una aparición fragmentada de todas y cada una de sus descripciones y unificadas perfectamente en un solo ente.

- ¿Qué quieres de mí? - Me sorprendo a mí misma por formular aquella pregunta involuntaria.
- Cobrar mi deuda - Contestó Belcebú con incontables y guturales voces unísonas.
- Yo no te debo nada. ¡Déjame!
- ¿Co-cómo? Yo nunca te he...
- ¿Qué creías? - me interrumpió con voz cruel y entonación burlesca - ¿Que no he contabilizado las veces que me has invocado? Pues aquí estoy.
- ¡Mentira!

Me lanzó una sonrisa fría y horripilante. Y sin ningún movimiento, se paró ante mí en el transcurso de un parpadeo. Posó su dedo índice sobre mi frente y visualicé con cortas secuencias las innumerables ocasiones en las que dije: "Vendería mi alma al diablo por..."
Le miré suplicante, quise explicarme, quise decir que era un modo de hablar que yo... Pero no me dio alternativa.

Atravesó mi pecho con sus afiladas y negras uñas. Me arrancó literalmente el corazón mientras mi cuerpo caía con una lentitud irreal. Mi mirada opaca se centró en su mano que sostenía mi órgano vital aún latente. Su risa voraz y despiadada resonó en mi cabeza, primero estruendosamente y después más mitigada a medida que la más absoluta nada y oscuridad sustituyó mi sesgada existencia.