viernes, 3 de junio de 2016

El sustituto. (Parte final)

Asistir a un instituto de formación profesional te da más libertad que hacerlo en uno de bachiller y si además asistes a las clases nocturnas mucho más.
La mayoría de estudiantes tienen trabajo y compatibilizan el mundo laboral con el formativo. Por ese motivo, los profesores son más condescendientes con las faltas de asistencia. Así que era raro que la clase estuviese al completo los viernes por la tarde y a medida que las horas lectivas avanzaban, disminuía el número de alumnos en las clases.
Esperábamos en el pasillo al profesor de matemáticas para que nos abriese la clase y dar la última hora. La soporífera y aburrida asignatura sumado a la hora y día, era el motivo por el que apenas llegásemos a la decena de alumnos. Por norma general yo no asistía a esa última clase de la semana, pero debido a mi juego de tira y afloja con el sustituto, hizo que mi asistencia cambiase del sesenta por ciento al cien por cien. El profesor de matemáticas se retrasaba y decidí fumarme un cigarrillo aprovechando los recovecos del pasillo para no ser vista. Pero ingenua de mí, no conté con el humo que exhalaba. Y sin que yo apreciase la llegada del maestro, lo encontré frente a mí mirándome con reprobación. Me quitó el cigarrillo de la boca y mientras lo apagaba pisándolo enérgicamente me soltó una soporífera retahíla sobre las normas de conducta, la prohibición de fumar en centros públicos y rematando con un sermón sobre mi salud.
La vergüenza de verme sorprendida sumado a las miradas burlonas que mi situación provocaba en mis compañeros, sacó de mi interior la fierecilla indómita de mi juventud. En unos meses sería mayor de edad y no iba a consentir que un profesor me aleccionase como si fuese una chiquilla. Así que saqué otro cigarrillo del interior de mi chaqueta e intenté encenderlo frente a sus narices.
Tal demostración de falta de respeto fue superior para el viejo profesor que debió jubilarse hace años y no era capaz de recordar lo que es ser joven, si es que alguna vez lo fue.
Me quitó el segundo cigarrillo con más brusquedad, lo partió en dos y con la cara tan roja que parecía que le iba a explotar en cualquier momento, me mandó ir a la biblioteca como castigo. 
Encogí los hombros y caminé con parsimonia tras el maestro, no presté atención al enérgico sermón que me echaba porque mis pensamientos, estaban centrados en intentar comprender porqué pensaba que castigarme sin asistir a la clase de matemáticas un viernes a última hora, debía ser un castigo.

Entré en la desierta biblioteca, elegí una mesa del fondo rodeada de estanterías. El profesor ordenó que sacase mi libro de texto indicando que buscase la página ciento setenta y dos, obedecí con parsimonia y pasé la página una a una. Esa actitud era una norma no escrita en el instituto, si alguno tenía algún modo de hacer perder el tiempo de clase a un profesor, debía aprovechar la oportunidad.
Cuando pasé la quinta página, el profesor me quitó el libro, buscó la página por mí y me adjudicó todos los ejercicios que vio advirtiendo que los quería hechos y sobre su mesa el lunes si no quería que mi insubordinación se viese reflejado en la nota final o en una expulsión que parecía que lo estaba buscando.

En cuanto se marchó, me puse los auriculares y me distraje dibujando caricaturas. Comencé a tararear mi canción favorita y me concentré en lo que hacía hasta que una mano tocó mi hombro provocándome un tremendo susto. Una biblioteca solitaria, mal iluminada y despuntando el ocaso, no era un sitio para que a alguien le den un susto.
Miré tras de mí con el miedo en la mirada y me encontré con unos ojos turquesa que me miraban con diversión. Mi sorpresa inicial se tornó en enfado, aunque estaba más molesta conmigo misma por mi reacción que por el susto de muerte que él me había dado.

Me comentó con un tono en el que se mezcló resignación y chanza que al ser sólo un profesor sustituto, debía encargarse de los turnos de guardia que nadie quería, sobre todo la guardia de la biblioteca ya que los únicos alumnos que entraban ahí eran los castigados. Quiso saber lo que había hecho para terminar castigada. Se lo conté sonriendo orgullosa por mi rebeldía.
- Eres una fierecilla sin domar - respondió conteniendo la risa a duras penas.
Se interesó por mis dibujos y elogió mi destreza. Se sentó a mi lado y comenzamos a hablar sobre algo que teníamos en común... los cómics. Comenzamos a discutir sobre un súper héroe que él admiraba y yo detestaba. En un momento en el que la discusión estaba en su apogeo, él me silenció agarrándome ambas mejillas con las manos y me besó con fogosidad. A causa de la sorpresa, me aparté mirándole confusa a la vez que impaciente. Sin decirme nada, se levantó y se marchó de allí.
 Me quedé pensando qué podía hacer, si seguirle o si hacer como si nada hubiese pasado. Todavía tenía su sabor en los labios y ese beso aunque intenso, me supo a poco.
Escuché cómo cerraba la puerta de la biblioteca con llave e inmediatamente después, las luces se apagaron dejándome envuelta en una penumbra débilmente iluminada por las luces de emergencia. Me puse en pie sin saber si debía irme o permanecer allí. Pensaba si ese beso fue espontáneo y rectificó a tiempo o era el preámbulo de algo más intenso.

Volvió a mi encuentro con paso decidido, mi corazón se desbocó al comprender que aquello que estaba provocando como un juego iba a resolverse en ese lugar y momento. Había ido demasiado lejos pero no podía ni quería echarme atrás. Así que cuando me volvió a besar de un modo que parecía que la vida le iba en ello, yo respondí de igual modo.
Agarró mis muñecas con firmeza manteniéndolas a la altura de mis hombros y sus besos descendieron por mi cuello, hombro hasta llegar al pecho. Me agarró un seno y mordisqueó el pezón con cuidado. Aquello hizo que brotase del fondo de mi garganta un gemido que silencié apretando los labios. Nunca nadie me había besado así, nunca nadie me había acariciado de ese modo y nunca antes había llegado tan lejos con nadie. 
Apretó mis nalgas y me alzó a pulso, crucé mis piernas alrededor de su cintura mientras mi cuerpo quedaba aprisionado entre el suyo y la estantería. Continuó devorando mi cuerpo con avidez mientras yo permanecí aferrada a él con las piernas cruzadas en su cintura y los brazos tras su nuca.
Asió mi cadera con firmeza y caminó un par de pasos hacia atrás para seguidamente girar usando mi cuerpo para la inercia. Me sentó sobre la mesa y dibujando un arco con el brazo, retiró el libro y mi libreta tirándolos al suelo. Se reclinó sobre mí mientras sus manos ocultas bajo mi ropa, exploraba mi cuerpo. Me desabotonó la camisa guiando con la lengua el descenso de sus manos. Yo sólo podía emitir gemidos casi imperceptibles y mi respiración se sincronizó con el latido de su corazón.
Sin dejar de acariciarme, se quitó la camiseta y volvió a devorar mis labios mientras comenzó a desabrocharme el pantalón. Con un movimiento rápido, me desprendió de toda mi ropa quedando expuesta ante él en ropa interior.
Pude sentir en mi ingle lo que yo provocaba en su miembro viril. El temor ante lo desconocido, la excitación del momento y turbación de conocer la reacción de mi cuerpo ante las caricias, se reflejó en mi mirada que apenas se vislumbraba en aquella penumbra.
Él se percató de mi zozobra y comprendió el motivo del temor que que mi cuerpo trasmitía temblando ligeramente en una mezcla de temor, confusión y perturbación.

- ¿Nunca lo habías hecho antes? - me preguntó con la voz entrecortada a causa de su respiración acelerada.
Negué con la cabeza sin poder dejar de mirarle, su expresión cambió y me sonrió mirándome con ternura. Y ambos recordamos que a fin de cuentas él era mi profesor y yo su alumna.

Esa idea de jugar con lo prohibido sumado al deseo de volver a sentir sus manos sobre mi, eliminó mi zozobra por completo y sonreí invitándole con la mirada a continuar. Titubeó un instante pero antes de que la razón volviese a interponerse entre ambos, volví a besarle saboreando sus labios y mordisqueé el lóbulo de su oreja para terminar besando su cuello mientras mis dedos dibujaban el contorno de su pecho bajando lentamente hasta la cintura. Le abracé sin dejar espacio alguno entre los dos.
El tacto de piel con piel, silenció al sentido común y respondió a mis besos dejando que el deseo e instinto volviese a tomar el mando. Se reclinó sobre mí y exploró mi intimidad acariciándolo con suavidad, introdujo un dedo con cuidado, luego dos. Mientras saboreaba mis pezones, exploró mi intimidad con suaves movimientos hasta que su mano quedó impregnada con la humedad de mi interior. Dejé escapar un gemido que sólo pude amortiguar mordiendo mi mano y él me ayudó a silenciarme besándome con ternura. Continuó besándome mientras se ponía un preservativo.

Estaba llegando al punto del no retorno, pero no quería ni podía echarme atrás. Me miró a los ojos buscando en ellos alguna negativa que no encontró y volvió a besarme con una sensualidad que jamás había sentido mientras echaba mi cuerpo hacia atrás hasta quedar completamente tumbada sobre la mesa. Despacio muy despacio, me penetró y apreté los dientes dejando escapar un quejido de gozo cuando le sentí completamente dentro de mí. Entrelazamos los dedos y fijamos la mirada en los ojos del otro. Se movió sobre mí con movimientos metódicos y rítmicos haciendo que mis sensibles endurecidos y erguidos pezones acariciasen su tórax. La fricción de su miembro con mi clítorix unida a la de mis pezones en su pecho me provocó un extraño cosquilleo que se acumuló concentrándose en mi interior. Mis jadeos se aceleraron al igual que su empuje, comenzó a devorar mis labios, cuello y senos con avidez y descubrí por primera vez la culminación del clímax. El cosquilleo iba en aumento hasta que se liberó como una explosión dejándome extasiada y relajada de igual manera. Me sentí tremendamente avergonzada al pensar que me había orinado. Él sonrió con ternura y susurró jadeante.
- Tranquila, eso es normal.
Al parecer esa explosión interna que sentí, le llenó de satisfacción. La humedad de mi interior se incrementó y su fricción fue en aumento hasta convertirse en una desenfrenada cabalgada. Mis senos se movían al ritmo de su lujuria y todo lo que nos rodeaba desapareció. Llegó al clímax y apretando los dientes reteniendo todo cuanto pudo una exhalación de gozo dio una última embestida penetrando su miembro todo lo físicamente que le fue posible y seguidamente se derrumbó sobre mí.

Ambos quedamos extenuados y jadeantes, intercambiando besos y miradas confidentes. Ninguno podía dejar de sonreír.
Mientras nuestra respiración y latidos volvían a la normalidad, él me acariciaba con suavidad, como si quisiera memorizar hasta el último recoveco de mi cuerpo. Yo me perdí en su mirada mientras la razón volvía a tomar las riendas.
Fue mi primera vez y no fue con el amor de mi vida ni con alguien del que estuviese perdida e incondicionalmente enamorada como siempre creí que debía ser. Siquiera fue premeditado o planeado tras un encuentro romántico. Pero no estaba arrepentida en absoluto. Ese modo de bersarme, de acariciarme, de poseerme... Lo que él me hizo sentir, cómo actuó en todo momento, lo que su mirada me trasmitió desde el inicio hasta el final, hizo que esa primera vez superase con creces todas mis expectativas.


El sustituto. (Parte primera)

"Mi gozo en un pozo" pensé para mí cuando el jefe de estudios anunció que el profesor de educación física estaría de baja al menos dos meses para seguidamente, anunciar que el sustituto ocupará su puesto ese mismo día.
Crucé la mirada con mis amigos y adiviné sus pensamientos, no fue difícil porque yo había pensado lo mismo y ya estábamos planeando en cómo ocupar la hora libre y con la llegada del sustituto los planes fueron frustrados.
Aunque un sustituto tampoco estaba mal, era mucho mejor porque podríamos hacer lo que nos viniese en gana sin que nuestro historial de asistencia se viese afectado y esa teoría se ratificó cuando el jefe de estudios nos explicó que el sustituto era un estudiante de último año que aprovecharía la baja del profesor fijo para efectuar sus practicas. Intercambié una sonrisa confidente con mis amigos, si con un sustituto hacíamos lo que queríamos, con un sustituto en prácticas, será una fiesta.

Estaba charlando con mis amigos sobre trivialidades mientras el jefe de estudios seguía con la presentación. Tras un par intentos fallidos por parte del jefe de estudios para hacernos callar, optó por coger un trozo de tiza y lo lanzó hacia nuestro corrillo. La tiza pasó ante mis ojos y reaccioné dando un respingo. Toda la clase estalló a carcajadas y para simular mi zozobra quise mirar desafiante al docente. Pero mi turbación se incrementó al fijar la mirada a los ojos turquesas del sustituto. Sería unos diez años mayor que yo,  aunque tenía un aire juvenil que le añiñaba la cara; se notaba que quería parecer más adulto con aquella barbita de días perfectamente delineada, cosa que le hizo ser incluso más endemonidamente guapo y para completar la cuasi perfección, además era de complexión atlética y fibroso pero sin llegar a pasarse, sólo lo justo para que se adivine su musculatura bajo la camiseta sin parecer un garrulo de gimnasio.
Él me devolvió la mirada reteniendo una sonrisa provocada por el lanzamiento de tiza.  Me di cuenta que le estuve observando más tiempo del estrictamente necesario y puede que hasta mi fijación haya quedado al descubierto. Noté que se me alentaron las orejas al ver la sonrisa confidente de mi mejor amigo el cual, seguramente adivinó qué estaba pensando. Incliné la cabeza ligeramente hacia atrás y con altivez, desvié la mirada más allá de la ventana para enviar un mensaje al jefe de estudios y dejarle claro que su llamada de atención no había hecho mella en mi actitud.

Tras el primer impacto que me ocasionó conocer al sustituto, volví a ser la de siempre. Sobre todo porque, seguramente en su afán de demostrar que estaba preparado para dar clases, fue incluso más  exigente y duro que el profesor permanente. Y no se conformaba con hacernos correr alrededor de la pista deportiva u organizar partidos de fútbol, baloncesto o voleibol. 
Quiso ir más allá, poniéndonos pruebas de resistencia, velocidad, equilibrio... Y tanto yo como mis amigos, comenzamos a detestar las clases de educación física. Después de tres semanas estábamos echando de menos a nuestro profesor habitual, sobre todo, porque aquel día se presentó con mal augurio ya que tocaba saltar el potro con trampolín. Pero al contrario de lo que imaginamos, nos lo pasamos muy bien, sobre todo porque nos reíamos a costa de la torpeza de algunos compañeros y aplaudimos vitoreando las caídas más aparatosas.

Llegó mi turno y tras responder con una reverencia y mucha guasa a los vítores de ánimo de mis amigos, me dispuse a realizar el ejercicio. Una de las víctimas de nuestras burlas, quiso vengarse y justo cuando me disponía a saltar, corrió hacia mí con la intención de chocarse, frenó un par de metros de mí pero fue suficiente como para desconcentrarme, hacer que apoyase mal las manos en el potro y caer aparatosamente al suelo torciéndome el tobillo.
Me levanté hecha una furia para reprender al graciosillo pero me había hecho más daño de lo que parecía a primera vista y al apoyar el pie lastimado, sentí un dolor que recorrió mi pierna hasta la rodilla como un latigazo y haciendo que perdiese el equilibrio de nuevo.
Entre la risas de unos compañeros y las despotricaciones de mis amigos, se armó un alboroto que sólo puedo ser silenciado cuando el sustituto usó su silbato para llamar al orden.
Se acercó a mí y me inspeccionó el tobillo, tras llamarme la atención por el vocabulario soez que usé para seguir reprendiendo al causante de mi lesión, me anunció que no tenía nada grabe pero que debía ir a la enfermería para aplicarme un aerosol anti inflamatorio.
Quise ir por mi propio pie para intentar mantener en alto mi ya tocado orgullo, pero el tobillo me dolía bastante y no podía apoyar el pie. Así que el sustituto, me cogió en brazos y me trasladó a la enfermería. Protesté por cogerme de ese modo porque aquello incrementó las burlas de mis compañeros. Sólo cuando le amenacé con dar aviso al director por coger tantas confianzas, decidió dejarme en el suelo pero pasó mi brazo sobre sus hombros para que me sirviese de apoyo. 
Aferrada a él, cojeando y con el orgullo herido, salí del gimnasio. Al estar tan cerca de él pude oler su perfume... ¡Madre mía, qué bien olía!

Sentada en la camilla, mi enfado seguía patente y resoplé con fastidio apretando los dientes para intentar no exteriorizar el dolor del tobillo y no demostrar mi preocupación por la lesión.
- Tienes muy mal genio - me dijo con sorna mientras buscaba el medicamento cutáneo - Mal genio y un pico de oro.
- Si te parece le canto una saeta - dije con sarcasmo - Y remato marcándome unas sevillanas, ¿no te fastidia?
Mi chulesca respuesta le provocó un estallido de carcajadas, cosa que me enfureció más aún. Y trasladé mi enfado en echarle la culpa por hacernos usar el potro. Como si eso nos fuese a servir el día de mañana. También le comenté que su clase era de relleno y que no debía tomárselo tan en serio porque nadie lo hacía, sólo servía para equilibrar la nota media en las evaluaciones.
Eso sí pareció molestarle porque me fulminó con la mirada fugazmente, le respondí con una sonrisa maliciosa al saber que le había molestado y él apartó la vista para buscar el medicamento del armario metálico. No hay nada como poner en duda la utilidad de una asignatura para molestar a un profesor.

Echó el aerosol sobre mi tobillo y lo masajeó para que la piel absorbiese el medicamento. Chasqueé la lengua al notar un dolor punzante y protesté entre quejidos. Él ralentizó la fricción y me dio un suave masaje.
- ¿Mejor así? - preguntó mirándome a los ojos.
Asentí con la cabeza y tal como me ocurrió la primera vez que le vi, su mirada me perturbó. Ambos permanecimos en silencio mirándonos fijamente. El masaje se tornó mucho más suave, más sensual. Sólo tenía diecisiete años, pero despertó en mí sensaciones más allá del instinto primario.
Yo sentada en la camilla, él arrodillado en el suelo masajeando el tobillo y ambos fundidos en una mirada que trasmitía confusión, deseo, peligro y prohibición. Le sonreí levemente pero él recobró la compostura, se puso en pie y se apartó de mí un par de pasos. Intentó ocultar lo que estaba pensando pero ya lo sabía. Sabía que él deseó lo mismo que yo. Porque lo que yo pensé no fue sólo un pensamiento líbido de una adolescente con las hormonas en ebullición, También era la emoción de jugar con lo prohibido e ir más allá de las normas de conducta.Y así era yo, impulsiva y si quería hacer algo, lo hacía sin meditarlo mucho. "Primero actúo y luego me preocupo si debo arrepentirme" ese era mi lema.
Así que aproveché que él me ayudó a bajar de la camilla para rodear su cuello con mis brazos y le besé con toda la avidez que mi juventud y falta de experiencia me permitió.
Fue breve pero intenso, pero él me apartó alarmado y miró hacia la puerta abierta de la enfermería con preocupación.
- Soy tu profesor, no deberías haberlo hecho - me dijo con tono severo. El timbre de su voz y su lenguaje corporal no casaba con el modo de mirarme.
- Ha sido un acto reflejo - dije intentando parecer lo más inocente y zozobrada posible - N-no, n-no sé por qué lo he hecho.
Salí de la enfermería todo lo rápido que mi dolorido tobillo me permitió, el corazón me latía con fuerza pero no podía dejar de sonreír. Me había rechazado, pero supe que sólo lo hizo porque era lo que él tenía que hacer y no lo que quería.

Durante el resto de la semana, provoqué encuentros que parecían casuales. Cuando él tenía guardia en la sala de estudio o en la biblioteca, aparecía por allí, me dejaba ver pero manteniendo las distancias. Buscaba un cruce de miradas que cuando ocurría, le hacía ver lo que él provocaba en mí para seguidamente apartar la vista fingiendo confusión y vergüenza. Para mí era divertido y a la vez excitante que pudiese despertar interés en alguien mayor que yo. Cuando se tiene diecisiete años, cinco de diferencia era toda una eternidad.

Uno de esos días, estaba sentada en las gradas de la pista deportiva, a causa de la lesión de tobillo, quedé exenta de la clase de educación física. Me burlaba de mis compañeros al verles correr sudorosos alrededor de la pista, algunos respondían a la chanza con amenazas burlonas.
El profesor sustituto se sentó a mi lado y me entregó una carpeta pidiendo que anotase los tiempos de mis compañeros mientras él prestaba atención a su reloj cronómetro.
Mientras anotaba lo que él me dictaba, rocé su pierna con la rodilla y noté cómo se tensó. Eso me divirtió aún más. Puede que sea mi profesor, puede que sea más mayor, pero sólo era a lo sumo cinco o seis años mayor y tampoco iba a ser mi profesor para siempre, dos semanas más y no habría ningún problema. Pensé que se apartaría, que volvería a huir de mi, pero permaneció sentado y me miró intentando por todos los medios mantener la compostura y las apariencias.
- Eres un torbellino - dijo con tono de guasa - No busques jugar con fuego cuando aún no tienes edad de usar cerillas.
- Que no te confunda mi edad - respondí retándole con la mirada - Ya he encendido algunas hogueras y sé cómo no quemarme.
Ambos nos reímos por el juego de palabras y continuamos haciendo alusiones sobre nuestros pensamientos usando metáforas y juegos de palabras con doble sentido. Yo me sentí más crecida porque ya estaba convencida que lo que yo buscaba, era un deseo mutuo.
La partida había comenzado y él estaba dispuesto a jugar. Las reglas no estaban establecidas y tampoco los limites. La novedad de seducir a alguien mayor que además según los establecimientos sociales debía ser alguien inaccesible y prohibido, incrementó aún más si cabía, el deseo de saber hasta dónde él estaría dispuesto a llegar.

(Continuará)