Era noche de luna llena. Dos jóvenes enamorados paseaban su amor secreto cobijados entre penumbras y sombras. El joven, acarició el rostro de La Niña Triste con suavidad, su piel era pálida como la luna, sus cabellos oscuros como la noche y hermosa, hermosa como las estrellas. Ella le miró con ternura, sus ojos brillaron cual estrella fugaz. Con delicadeza, el joven se acercó aún más a ella, ambos se miraron con timidez. El joven, besó a La Niña Triste con suavidad, "Te quiero", le susurró al oído. La piel de la muchacha se tornó rosada, sus cabellos se agitaron con las caricias de la brisa y sus labios... Sus labios rojos cual corazón latente, se transformaron en una bella sonrisa.
La Niña Triste sonrió por vez primera. Y le juró a su joven amado que, todas las noches de luna llena, le dedicaría una sonrisa hasta el fin de sus días. Él le juró que allí estaría siempre, para verla sonreír.
Pero el Capitán, que también amaba a La Niña Triste, les encontró. Sus ojos enrojecieron de ira. Ahora lo entendía, ahora sabía por qué su amor nunca pudo ser correspondido. El corazón de La Niña Triste, ya tenía dueño.
La decepción y el odio le cegaron, sacó su gélido hierro y con un gesto fugaz, se abalanzó sobre el joven descargando contra él su decepción.
El muchacho cayó mirando a su amor por última vez y pereció sobre las hojas secas e inertes del oscuro bosque, guardián de su amor secreto.
La Niña Triste, gritaba el nombre de su amor perdido mientras el cruel Capitán, se la llevaba a su castillo. Encerrándola allí, con la absurda esperanza, que, algún día, un nuevo sentimiento brotase en ella y esta vez sea dirigido a él.
Pero se equivocó, La Niña Triste aunque con el corazón roto, cumplió su promesa. Y todas las noches de luna llena, La Niña Triste salía al balcón de la más alta torre. Desde allí, podía contemplar el bosque. Cuando la luna bañaba con su luz a los árboles, ella pudo ver la imagen de su amado, esperándola. Y ella , le dedicó una sonrisa cumpliendo así, su promesa de amor eterno.
Pero el Capitán, receloso, espió a La Niña Triste y comprobó que estaba siendo traicionado. Ordenó quemar el bosque, con la esperanza de borrar todo recuerdo de su amor pasado.
Pero con eso, no pudo vencer al amor.
La Niña Triste, subía al balcón las noches de luna llena y contemplando al astro nocturno, dedicó una sonrisa a su amor perdido.
El Capitán descubrió a la muchacha y le prohibió salir al exterior ninguna noche, así no podría saber cuando sería el plenilunio.
Pero con eso, no pudo vencer al amor.
El trovador del castillo, sintió compasión por la hermosa joven y solo las noches de luna llena, le dedicaba una canción. La Niña Triste supo así, cuando era luna llena y pudo dedicar una sonrisa para cumplir así, su promesa.
El capitán los descubrió, desterró al trovador de sus tierras y encerró a La Niña Triste en una habitación sin ventanas, aislada de todos.
Pero con eso, no pudo vencer al amor.
La Niña Triste pudo oír a los lobos aullar a la luna llena. Sus guturales sonidos, atravesaron la fría piedra de los muros y así, pudo dedicar una sonrisa a su amor perdido. Cumpliendo una vez más, su promesa eterna.
El Capitán estaba fuera de sí, movido por la cólera, se internó en el bosque cenizo. Con furia y rencor aniquiló hasta el último lobo del bosque.
Pero con eso, no pudo vencer al amor.
La siguiente noche de luna llena, La Niña Triste no pudo ver el bosque, no tenía a nadie que le cantase, no pudo oír a los lobos... Esa noche, no pudo sonreír a la luna llena.
El Capitán eufórico, subió a la torre. Al fin había derrotado al amor, consiguió romper la promesa de los jóvenes enamorados. Abrió la puerta de la estancia donde la Niña Triste estaba cautiva. Pero se quedó petrificado...
La Niña Triste, estaba inerte en el suelo. Su piel estaba fría cual témpano de hielo, tenía una palidez lejos de lo terrenal. Sus labios se tornaron violáceos y su cabello, se extendía como un abanico roto en el frío suelo de su prisión. La Niña Triste murió de amor.
El Capitán sintió que la coraza de su corazón se desquebrajaba y con un dolor insoportable que rasgaba su alma, cogió a La Niña Triste llevándola con delicadeza, como si de una flor marchita que comenzaba a perder sus pétalos se tratase.
Con el corazón roto y arrepentido de sus actos, enterró a La Niña Triste en el bosque yermo y carbonizado. Su tumba fue bañada por la luz de la luna llena y su muerte llorada por el aullido fantasmal de un lobo.
El Capitán, replantó el bosque con sus manos como único instrumento y todas las noches de luna llena, subía al balcón de la más alta torre. Desde allí, podía contemplar los espíritus de los jóvenes, unidos al fin para toda la eternidad.
Desde entonces, el Capitán miraba a la luna llena y dedicaba a La Niña Triste, un lágrima para alguna vez, poder conseguir su perdón.
La Niña Triste sonrió por vez primera. Y le juró a su joven amado que, todas las noches de luna llena, le dedicaría una sonrisa hasta el fin de sus días. Él le juró que allí estaría siempre, para verla sonreír.
Pero el Capitán, que también amaba a La Niña Triste, les encontró. Sus ojos enrojecieron de ira. Ahora lo entendía, ahora sabía por qué su amor nunca pudo ser correspondido. El corazón de La Niña Triste, ya tenía dueño.
La decepción y el odio le cegaron, sacó su gélido hierro y con un gesto fugaz, se abalanzó sobre el joven descargando contra él su decepción.
El muchacho cayó mirando a su amor por última vez y pereció sobre las hojas secas e inertes del oscuro bosque, guardián de su amor secreto.
La Niña Triste, gritaba el nombre de su amor perdido mientras el cruel Capitán, se la llevaba a su castillo. Encerrándola allí, con la absurda esperanza, que, algún día, un nuevo sentimiento brotase en ella y esta vez sea dirigido a él.
Pero se equivocó, La Niña Triste aunque con el corazón roto, cumplió su promesa. Y todas las noches de luna llena, La Niña Triste salía al balcón de la más alta torre. Desde allí, podía contemplar el bosque. Cuando la luna bañaba con su luz a los árboles, ella pudo ver la imagen de su amado, esperándola. Y ella , le dedicó una sonrisa cumpliendo así, su promesa de amor eterno.
Pero el Capitán, receloso, espió a La Niña Triste y comprobó que estaba siendo traicionado. Ordenó quemar el bosque, con la esperanza de borrar todo recuerdo de su amor pasado.
Pero con eso, no pudo vencer al amor.
La Niña Triste, subía al balcón las noches de luna llena y contemplando al astro nocturno, dedicó una sonrisa a su amor perdido.
El Capitán descubrió a la muchacha y le prohibió salir al exterior ninguna noche, así no podría saber cuando sería el plenilunio.
Pero con eso, no pudo vencer al amor.
El trovador del castillo, sintió compasión por la hermosa joven y solo las noches de luna llena, le dedicaba una canción. La Niña Triste supo así, cuando era luna llena y pudo dedicar una sonrisa para cumplir así, su promesa.
El capitán los descubrió, desterró al trovador de sus tierras y encerró a La Niña Triste en una habitación sin ventanas, aislada de todos.
Pero con eso, no pudo vencer al amor.
La Niña Triste pudo oír a los lobos aullar a la luna llena. Sus guturales sonidos, atravesaron la fría piedra de los muros y así, pudo dedicar una sonrisa a su amor perdido. Cumpliendo una vez más, su promesa eterna.
El Capitán estaba fuera de sí, movido por la cólera, se internó en el bosque cenizo. Con furia y rencor aniquiló hasta el último lobo del bosque.
Pero con eso, no pudo vencer al amor.
La siguiente noche de luna llena, La Niña Triste no pudo ver el bosque, no tenía a nadie que le cantase, no pudo oír a los lobos... Esa noche, no pudo sonreír a la luna llena.
El Capitán eufórico, subió a la torre. Al fin había derrotado al amor, consiguió romper la promesa de los jóvenes enamorados. Abrió la puerta de la estancia donde la Niña Triste estaba cautiva. Pero se quedó petrificado...
La Niña Triste, estaba inerte en el suelo. Su piel estaba fría cual témpano de hielo, tenía una palidez lejos de lo terrenal. Sus labios se tornaron violáceos y su cabello, se extendía como un abanico roto en el frío suelo de su prisión. La Niña Triste murió de amor.
El Capitán sintió que la coraza de su corazón se desquebrajaba y con un dolor insoportable que rasgaba su alma, cogió a La Niña Triste llevándola con delicadeza, como si de una flor marchita que comenzaba a perder sus pétalos se tratase.
Con el corazón roto y arrepentido de sus actos, enterró a La Niña Triste en el bosque yermo y carbonizado. Su tumba fue bañada por la luz de la luna llena y su muerte llorada por el aullido fantasmal de un lobo.
El Capitán, replantó el bosque con sus manos como único instrumento y todas las noches de luna llena, subía al balcón de la más alta torre. Desde allí, podía contemplar los espíritus de los jóvenes, unidos al fin para toda la eternidad.
Desde entonces, el Capitán miraba a la luna llena y dedicaba a La Niña Triste, un lágrima para alguna vez, poder conseguir su perdón.
Un cuento triste, sin duda.
ResponderEliminarRealmente lo es, lo escribí hace años, en plena adolescencia. Quería hacer un cuento fuera de lo convencional "Y fueron felices y comieron perdices".
ResponderEliminarQUE LINDO RELATO , ES ALGO LLEGADOR Y CON UN CONCEPTO DEL VERDADERO AMOR SUBLIME , CONRA EL AMOR NO HAY NADA QUE LO PUEDA APAGAR CUANDO SE ENCIENDE ESA LLAMITA EN EL CORAZÓN , BELLISIMO AMIGA , ME ENCANTO , SALUDOS Y BESOS , ERES BUENA COMENTO JAIRO POVEDA
ResponderEliminarPrecioso relato. Me recuerda mucho a los relatos de Bécquer, Romanticismo puro y duro. Enorabuena
ResponderEliminarTriste, sin duda, pero belloe inspirador. Gracias y Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias a ti por leerme, me alegro que te haya gustado.
EliminarBechotes.