domingo, 11 de diciembre de 2011

Atrición

Tres golpes secos en la puerta me sacaron de mi sopor, sin moverme de la cama inspeccioné a mi alrededor, agudicé el oído intentando localizar el origen de los golpes, pero nuevamente fue imposible. Mecánicamente miré la ventana, el reloj de la iglesia dio dos campanadas, la misma hora, el mismo sonido... Otra noche de insomnio, otra noche más desde que ocurrió...

Me incorporé de la cama y me senté en su borde. Abrí el cajón de la mesilla y saqué la cajetilla de tabaco, me encendí un cigarrillo. La tenua lumbre iluminó mi silueta en el espejo que tenía al frente, la imagen parecía difuminada, sólo fue un instante, soplé la cerilla con el humo exhalado y desaparecí del espejo. Sonreí con sarcasmo, ojalá pudiese ser tan sencillo... soplar y desaparecer.

Un coche pasó bajo mi ventana y la luz de sus faros entraron por ella iluminando la estancia, grotescas sombras emergeron del escaso mobiliario. Me fijé en la puerta del armario, estaba semiabierta. Fui hacia ella, había encontrado el origen de los golpes, o eso pensaba. Moví la puerta varias veces, las bisagras estaban oxidadas y rechinaban como un quejido. Negué con la cabeza, los golpes que me despertaban no podían ser originados por eso, no había corriente y la ventana estaba cerrada. Tres golpes secos, pausados y sin chirridos. Tampoco podría ser la puerta del exterior, ésta era metálica. Aún así, bajé por la escalera de caracol que unía los dos niveles de mi habitáculo. Sorteé a ciegas las cajas y cuerdas que tenía esparcidas por la habitación, hacía un tiempo que me había mudado, siempre quise tirarlas pero por algún motivo, nunca lo hacía.
Una ligera inspección, confirmó mis conclusiones, el ruido tampoco provenía de allí, venía de arriba, al menos, de eso estaba seguro.

Regresé a la cama aún sabiendo que me sería imposible dormir. Si lo hago, volveré a verla. La evoco en mi mente, veo el día que la conocí en esa parada de autobús y cómo con un aire de despreocupación me preguntó la hora. Entonces, yo ya sabía que era una excusa para hablar conmigo. Recuerdo aquellos trayectos en los que, oculto entre desconocidos, podía observarla sin ser visto. Cuando la veía fumarse un cigarrillo en su ventana y la observaba desde la calle, recuerdo su silueta pasear tras las cortinas. Cuando compraba, cuando tomaba café con sus amigas e incluso, cuando regresaba de madrugada acompañada de un hombre al que invitaba a subir.

Agacho la cabeza sujetando la frente con ambas manos, las cierro atrapando mi pelo, sigo cerrando hasta hacerme daño. Cierro los ojos y vuelvo a pensar en ella. Nunca supe su nombre, tampoco hacía falta, sabía que éramos el uno para el otro y era nuestro juego, ella vivía su vida fingiendo que no me veía, que no existía para ella y yo la observaba en la distancia, oculto tras las sombras. Siempre fue así, la única palabra que intercambiamos fue más que suficiente para saber que debía ser mía... para siempre.

Permanezco sumido en mis pensamientos esperando que despunte el alba. Me siento en la silla apoyando ambos codos sobre la mesa, dejando que mi mentón reposase sobre los puños cerrados y dejo la mirada fija en el televisor apagado, mientras, el tiempo pasa impasible ante mí. No recuerdo cuánto tiempo ha pasado ya, puede que días, sí, sólo unos días, pero parece que han sido años.

Como hago siempre desde aquel día, aprovecho el plenilunio para salir de mi cautiverio voluntario y paseo por las avenidas al resguardo de la noche. Mis pisadas resuenan en la noche y agudizo el oído por si oigo alguna más.
Mi subconsciente me lleva hasta el parque de nuevo, justo delante de su casa. Instintivamente miro su ventana, pero una noche más, su silueta tras la cortina no aparece, la luz está apagada. Me dirijo hacia la entrada del parque para completar mi rutina, pero me detengo.
En la columna de ladrillos que sujetan el gran portalón de hierro, hay un cartel, el mismo que había en la parada de autobús y en los escaparates de algunos comercios, los miraba desde lejos y de reojo sin prestar atención, pero ahora me fijo más en él.
Mi mirada se ilumina, allí está su imagen, en ese cartel. ¡Cómo deseaba volver a verla!. Miro con cautela la calle, no hay nadie, nadie me ve. Como cada noche, soy invisible al mundo, no existo para nadie. Cogí su imagen con cuidado de no romperla y regreso a casa apresurado.

Observo la fotografía bajo el haz de luz que despide el pequeño foco de sobremesa, ¡qué hermosa es!, volver a contemplar su imagen de nuevo es más de lo que podía desear, acaricio sus mejillas, su mentón, su sonrisa... admiro su rostro hasta que siento escozor en los ojos. Al bajar la vista veo el texto que hay bajo su fotografía, extrañado, observo mejor el cartel.
El miedo, la vergüenza y el arrepentimiento se apoderan de mí, lo había olvidado. ¿Cómo era posible olvidar una cosa así?, pero lo había hecho. Llevaba muchas noches de insomnio, pero las lagunas de mi mente no me dejaban entender el motivo. Algo había bloqueado mi memoria y ese algo había desaparecido, dejando que el recuerdo llegara a mí y me atormentase...

Como cada noche, esperaba que ella llegase a su casa, y como cada noche, la aguardaba oculto en un portal. Siempre deseé que llegase el momento en que se dejase ver ante mis ojos y que su mirada reflejara sus verdaderos sentimientos. Por algún motivo, sentía que ese era el día. Salí de mi escondite y me planté frente a ella. Se asustó, hizo ademán de correr pero no lo hizo. Murmuró algo inteligilble con su sonrisa perfecta, haciendo alusión sobre el susto que se llevó, no recuerdo sus palabras exactas, pero quiso continuar su camino sin más.
Me armé de valor y le confesé todos mis sentimientos, le conté cuanto tiempo llevaba observándola y en todos y cada uno de los lugares en los que yo también estaba presente pese a que lo lo supiera. Su expresión iba cambiando a medida que yo hablaba, primero sorpresa, luego miedo, finalmente todo su cuerpo exhalaba terror. Mi semblante cambió paulatinamente al igual que ella, pero en mi caso pasó de la ilusión a la decepción. Sentí rabia, la ira iba nublando mis sentidos, yo la amaba y ella no me recordaba. Había estado riéndose de mí todo este tiempo, dejándose ver, simulando despreocupación, fingiendo que yo no existía. Incluso se burló de mí diciendo que nunca me había visto antes, que no recuerda haberme pedido la hora aquel día en la parada del autobús.
Quise abrazarla, pero ella se afanaba en zafarse de mí, la agarré con fuerza, tenía la certeza que si se hundía en mis brazos, esos sentimientos que ella tenía pero que desconocía, brotarían.
Quiso gritar, pero no pudo porque, no me di cuenta, pero mi mano tapaba su boca. Mi vista se nubló, todo se volvió oscuro. Sé que la arrastré hasta el interior del parque, sé que paré su lucha, no sé cómo ni con qué, pero lo hice. En la lejanía de mi mente oí tres golpes secos que brotaron de su cráneo. Recuerdo vagamente como, arrodillado frente al estanque, estaba lavando mis manos ensangrentadas mientras su inerte cuerpo se hundía. Recuerdo que en la lejanía, sonaron dos campanadas...

Con los recuerdos frescos, miro su fotografía de nuevo, su mirada se clava en mí, me penetra hasta el alma. Doy una larga calada y clavo en cigarrillo en sus ojos, los dejo hasta que se convierten en dos agujeros inexpresivos, pero me sigue mirando.
Me incorporo, cojo una cuerda de las que usé para mudarme y arrastro un taburete dejándolo frente al armario, subo en él. Con trabajo y de puntillas, consigo amarrar la cuerda a la cañería del techo. Con lentos movimientos, hago un lazo y me lo coloco en el cuello.
Tengo un momento de duda, de temor de lo que pueda ocurrir, de lo que pueda esperarme en el otro lado, estoy arrepentido, pero dudo que eso sea suficiente.

No me atrevo, me debato entre continuar o abandonar mis intenciones, pero miro la mesa y veo su imagen que me observa sin tener ojos. Balanceo mi cuerpo y dejo que el taburete caiga.
Todo mi cuerpo se tensa, boqueo desesperado buscando aire y la oscuridad se apodera de mí. En mi último soplo de vida, oigo muy tenue, cómo mi cuerpo movido por la inercia, da tres golpes secos en la puerta del armario mientras sonaban dos campanadas del reloj de la iglesia.


Obra registrada. Código: 1112110716333