Terminé de doblar la última prenda que guardaba en el cajón, con gran lentitud la metí en la maleta, entreteniéndome más de lo necesario, la dejé bien colocada en mi ya abultado equipaje, tan lleno, como mis ansias por acabar de una vez por todas. Deslizo la cremallera haciendo que su sonido rompa el violento silencio que habitaba en la casa, ese silencio que se había establecido desde hacía no se sabe cuánto. Ese silencio que se apoderó de mí, que absorbió poco a poco mi lozanía, que me oprimía el alma haciéndome sentir que estaba muerta en vida.

Dirijo la mirada disimuladamente por encima del hombro. Puedo verte tras de mí, apoyado en el quicio de la puerta, con los brazos cruzados y mirada ausente y callado, eternamente callado. Aunque mi decisión ya estaba tomada y me armé de valor para mantenerme firme y no titubear, en el fondo de mi corazón supliqué ver en ti, algún gesto de tristeza, de amargura, de remordimiento…
Pero no lo suplicaba para detenerme o que me detengas, ya nada ni nadie lo podría hacer pues la decisión estaba tomada. Solo deseaba sentir que te afectaba la situación, que podrías estar buscando en tu memoria. al igual que yo, algún buen momento, alguna risa compartida, algún gesto de amor del pasado. Suspiré levemente con una amarga sonrisa, puede que tú al igual que yo, esos momentos estén tan lejanos en la memoria que ya ni se pueden divisar, que hubiese nacido en ambos la duda si fue real o un sueño.

Cogí mi maleta, sintiendo que, a pesar de su abultado contenido, no era tan pesado ya que al fin me desprendí de la losa de resignación que tanto tiempo sostuve sobre mis hombros y que cada día se iba haciendo más y más insoportable su carga.
Estaba dispuesta a marcharme, quería dejar atrás años de reproches, de frías miradas, de innumerables rechazos… Me sentí ligera, me sentí libre.

Pasé junto a ti sin que te movieses un ápice, no hubo expresión alguna en tu rostro, no hubo nada en tu mirada. Rocé tu brazo levemente, fue un instante, pero me provocó un estremecimiento al saber que, esa sería la última vez que sentiría tu piel y aún así sentí que fue como una cuchilla afilada que poco a poco fue desgarrándome el alma hasta terminar por romper el último hilo que nos unía.

Me marchaba y tú actuabas como si vieses partir a una desconocida, tu estado inalterado me ayudó a comprender que, lo que estaba haciendo era lo correcto, era lo que ambos necesitábamos. Éramos prisioneros de la rutina, de los silencios, de la indiferencia… pero yo había encontrado la llave, abrí la puerta y me dirigía a la salida. No me sentía culpable porque tú decidieses permanecer en la penumbra con ese aire viciado que a mí me asfixiaba. Me sentía como flor marchita sedienta de luz y calor. Tú has decidido permanecer aletargado en el invierno y yo opté por expandir mis alas hacia la primavera.

Tú simplemente, te dejaste arrastrar por los acontecimientos dejando una vez más, que fuese yo quien diese el paso, pero ésta vez no sería para solucionar lo imposible, ya no quería luchar por lo que no merecía la pena., de eso, también estaba agotada.
Una vez más, tuve que dar el paso pero con una diferencia abismal, mi paso es hacia tu olvido, mi olvido. Esta vez tengo el valor de asimilar lo inevitable.

Observé meticulosamente lo que una vez fue mi casa, ese lugar que, con tanta ilusión quise construir un hogar. ¿Cuántos años han pasado desde entonces?, muchos, demasiados, estaba envejeciendo antes de tiempo, sentía que mi tiempo se acabó y que sólo me quedaba descontar los días. Me había resignado a esta vida que me consumía lentamente.
Pero un día, no importa ya cual, me desperté con un nuevo renacer, me sentí pletórica, impaciente...
Unos minutos, sólo unos minutos más y todo habría acabado, habrá acabado definitivamente. Cada uno continuará viviendo, pero a partir de entonces, cada uno tomará caminos tan distintos como lo somos tú y yo.

Metí la maleta en el interior del taxi, sentándome en el asiento trasero, me acurruqué abrazándome a mí misma dándome ánimos, consolándome, ya estaba hecho, hacía mucho que tomé la decisión, una angustiosa eternidad fue lo que me llevó de la pregunta a la respuesta. Pero llegó el momento. 

El taxi avanzó arrancando de raíz toda mi angustia y desazón. Todo había acabado, todo llegó a su fin. Me adentro en un mundo nuevo, desconocido pero confortable.
Por vez primera en mucho, muchísimo tiempo, me siento dueña de mis propios actos, dirigente de mi vida, dictadora de mi corazón y electora de mi sino.

Volví la vista atrás un segundo sonriendo levemente al ver desaparecer la estela del pasado definitivamente. Estaba hecho, lo había conseguido.
A medida que avanzaba por las avenidas me sentía cada vez más y más desbordante de felicidad. Aquel momento, en aquel instante, comencé a disfrutar de mí misma, en aquel preciso momento abracé con fuerza mi libertad.

SYLVIA ELLSTON.
Obra registrada. Código: 1111250598304