domingo, 22 de septiembre de 2013

In fraganti

La multitud me rodea, pero en mi cubículo de metal me siento protegida y aislada del mundo, a pesar que los ruidos y sonidos del exterior se filtran en en interior de mi guarida e invaden mi espacio vital. Es como si se empeñasen en que no olvide que soy una pieza más de este enjambre acústico y caótico que llamamos sociedad.

Intento concentrarme en la música y tambolireo sobre el volante al ritmo, pero el momento de evasión es demasiado breve. Antes que terminase la última nota, la voz de un comercial irrumpe en mi ensoñación anunciando un producto con tanto énfasis, que siento deseos de adquirirlo aunque no lo necesito y puede que nunca lo use. Chasqueo la lengua bastante molesta e intento buscar otra sintonía, pero el resultado vuelve a ser el mismo, decido dejarlo estar.

El río de acero multicolor avanza de nuevo por la avenida y yo, como una gota más, me dejo arrastrar unos cuantos metros hasta que la aglomeración me obliga a detenerme nuevamente.
Miro con disimulo a ambos lados, convencida de que mientras no salga de aquí, soy invisible al mundo. La actitud de los otros conductores reafirman mis pensamientos. Cada cual está como yo, absortos en sus pensamientos, me pregunto en qué pensarán ellos. ¿Se plantean las mismas cosas que yo? creo que no, al menos es lo que ratifican mis amigas, que lo mío no es normal. Una forma elegante que tienen para decir que estoy como una cabra, pero en fin, a mí me gusta ser como soy.

Miro a la izquierda, luego a la derecha... Nadie parece darse cuenta de mi presencia, aquí dentro puedo ser yo misma, olvidarme de los prejuicios (que por otro lado, por norma general, me resbalan) Pero el pudor interpuesto por la sociedad, las reglas del aparentar y demás falsedades y frivolidades, me hace titubear. Dudo un instante y no sé si atreverme, pero me convenzo a mí misma que son sugestiones, nadie me está mirando. ¿Por qué tendrían que estar pendientes de mí? ¡Ni que fuese tan importante, caramba!.

Me dejo de tonterías paranoicas y me concentro en la música, la pieza que está sonando me gusta y comienzo a tartamudear la letra entre gorgoritos agudos que bien podrían dañar cualquier tímpano o resultar insultante para todo aquel que aprecie la música (cantar se me da fatal). El caso es que consigo evadirme del coche, del tráfico y del mundo, todo a mi alrededor deja de tener importancia. Y entonces, casi inconscientemente, lo hago...

Me rasco la aleta izquierda de mi nariz sintiendo un alivio casi instantáneo, tras tres rascadas ligeras con el dedo, lo introduzco en la cavidad nasal y hago un movimiento semicircular, entonces... ¡Tengo al puñetero! Saco del interior de mi nariz esa sustancia pegajosa que desde hacía un buen rato, me provocaba un cosquilleo muy molesto haciendo que incluso, estornudase varias veces.
Con el dedo índice y el pulgar, lo convierto en una pelotilla perfecta, saco el brazo por la ventanilla y con disimulo, me dispongo a deshacerme de la prueba del delito haciendo que chasqueo los dedos al ritmo de la música.

El tráfico vuelve a avanzar, pero mi sexto sentido hace que mire hacia mi izquierda y veo que el conductor del coche que estaba justo a mi lado, me miraba fijamente y giró la cabeza bruscamente al frente mientras el movimiento repetitivo de sus hombros delata que se estaba riendo.
¡Mierd... me han pillado!