jueves, 13 de diciembre de 2012

Requiem por una afrenta.

XXVII

Desde mi infierno miro hacia arriba,
Contemplando esa luz que por fin me ilumina.
Brilla, pero no me ciega ni me intimida.
¿Será esta la luz que salvará mi vida?

Mi ánima quedó muerta, la fulminaron.
Malditos cobardes, viles y macabros.
Lo que un día fui, solo quedan despojos.
Jirones, miedo y horror, eso quedó.

Los espectros del pasado me visitan,
Cicatrices que nunca se borrarán.
Como óleo usan uñas que en mi piel se clavan.
Pintando en mi memoria aquel vil momento.

Nada de mi ser anterior ya quedaba,
Era un ánima en pena, olvidé reír.
Y mi fuerza vital ya me abandonaba.
No me importa, pues no sentía ya nada.

Manto de grana, de mis manos brotaban.
Lo extendí para darle la bienvenida,
a esa Dama Oscura, que al fin me encontró.
Llegó el momento, me dispuse a marchar.

Huesuda mano que ante mí se extendía.
Quise aceptarla pero me rechazó.
Ella supo que este no era mi momento.
Ignoró el ruego y en silencio partió.

Desde el espejo, mi otro yo me miraba.
Me preguntó por qué me dejé vencer.
Si además de arrancarme mi voluntad.
Les doy lo que no se pudieron llevar.

No quiero ser un reo de mis temores.
Con sumo cuidado comienzo a zurcir.
Los pedazos raídos que de mí aún quedan.
¡Lo conseguiré, seré como antes fui!

El tiempo que tarde no importa, no hay prisa.
Ya lo he decidido, no desistiré.
Volveré a sonreír, seré la que fui.
Y esos recuerdos no me dañarán más.

Desde mi infierno miro hacia arriba,
Contemplando esa luz que por fin me ilumina.
Brilla, pero no me ciega ni me intimida.
¿Será esta la luz que salvará mi vida?