viernes, 25 de noviembre de 2011

El cajón cerrado.

- I am, you are, he is...- La retahíla resonaba por enésima vez en el aula acompasado por el sonido de los pasos del profesor que desfilaba entre los pupitres con aire cansado. Observaba como los niños recitaban mecánicamente una y otra vez.
Paró en seco y observó a una alumna, allí sentada en el pupitre más alejado de la clase, parecía que garabateaba entusiasmada con una leve sonrisa en sus labios.
El profesor frunció el ceño y se dirigió hacia ella con paso decidido y apresurado, sus movimientos eran seguidos por las miradas de los enmudecidos niños.

La niña se sobresaltó cuando el profesor agarró su libreta bruscamente, miró asustada al docente, más por la impresión de verse arrancada de su ensimismada tarea, que por la mirada fría que el docente le procesaba. Los compañeros, aprobaron el gesto del profesor con una carcajada unísona.
El docente, tras ojear la libreta, arrancó la página con saña, el sonido del papel rasgado fue ahogado por el frito de súplica de la niña, que extendiendo la mano,  suplicó inútilmente que no lo destruyese. Más risas y carcajadas inundaron el aula.

El profesor habló dirigiéndose a toda la clase, mientras, mostraba el papel arrugado agitándolo sobre su cabeza, lo exponía como un trofeo que simbolizaba su más absoluta autoridad. -¡Pajaritos! bramó -¡Pajaritos tiene vuestra compañera en la cabeza. En vez de aplicarse y afanarse en ser como vosotros. Prefiere desperdiciar su vida garabateando tonterías y palabrejas.
La niña escuchaba con la cabeza gacha, apretando sus manos sobre las rodillas, hasta el punto de sentir dolor, luchaba por controlar unas lágrimas que amenazaban por salir, para así, poder liberar de algún modo, su rabia, vergüenza e impotencia.

El regreso a casa, fue aún peor, las risas y mofas de los compañeros, la bombardearon durante todo el trayecto del autobús. Ante la indiferencia que la niña optó proceder junto al vacío que les mostró, sus amedrentadores se enfandaron y sus burlas, se volvieron más crueles e hirientes cada vez.

Esa misma tarde, tal y como había ordenado el profesor, la niña regresó a la escuela junto a sus padres, para presentarse ante el director y el jefe de estudios.
Fue una larguísima charla que no parecía tener fin, hablando sobre las normas de conducta en clase, adornado con frases repetitivas sobre aplicación, saber estar y el ser práctico; interrumpidas de vez en cuando por las disculpas de su madre, que entre lágrimas, mascullaba sobre la vergüenza que su hija le estaba haciendo pasar. Su padre, con tono más autoritario, contestaba al director sus frases punzaban a la niña... "Toda la razón", Esas tonterías no llevan a ninguna parte" o "Ya me encargaré que no vuelva a ocurrir". Fue interminable, pero al fin acabó. Aún así, la niña sabía que no era un alivio regresar a casa.

Una vez allí, sus padres la espetaron, a veces por turnos, otras al unísono pero sobretodo y más repetido, a la vez y con distintos argumentos. La niña aguantó como pudo la reprimenda, intentó aparentar serenidad, pero sus lágrimas la delataban.
"Son tonterías... nunca podrás ser escritora... para serlo tienes que saber... lo que haces son garabatos y porquerías... no sirves para eso... quita esa estúpida idea de tu cabeza...". Cada frase, cada palabra, fue grabada en el el corazón de la niña como un hierro candente que le dejaría cicatrices de por vida.

Cuando al fin se cansaron, la niña fue corriendo a su habitación, se desplomó sobre la cama y acongojada, descargó todos los sentimientos acumulados en un llanto desconsolador y lastimero. Las palabras que, sobre ella cayeron, seguían bombardeando su cabeza una y otra vez.

Cuando ya no le quedaban más lágrimas, cogió todas sus libretas, esas que ella llenó de historias y que plasmó con ilusión. "Son tonterías" oyó en su interior, apretó los labios y arrancó con rabia desbordada, una página. Por cada frase, burla o risa que regresaba a su cabeza, ella se desquitaba arrancando sus sueños, página a página, intentando así despojarse de su ilusión, ahora culpaba a su deseo como el causante  de su sufrimiento.
Con ira, acumuló entre sus manos todos los papeles arrugados y abrió la ventana, dispuesta a deshacerse de sus sueños.
Al observar el vacío se detuvo, no podía hacerlo, esos papeles impresos con su puño y letra, son más importantes y valiosos que lo que hasta ahora creía. Era su interior y sintió que traicionaba a aquellos personajes a los que dio vida.

Giró sobre sus pies y se dirigió al escritorio, con una mano temblorosa abrió un cajón, y tras alisar con delicadeza página a página, las guardó en su interior. Las miró por última vez y con una sonrisa amarga, se despidió de aquellos personajes inexistentes que cobraron vida gracias a los trazos de su pluma, cerró el cajón, girando la pequeña llave dorada que a partir de ahora y por siempre, custodiaría esa parte de su vida, su más preciado tesoro...

Los años pasaron casi imperceptibles, a veces, la niña sentía la imperiosa necesidad de escribir, y así lo hacía, pero una vez finalizado su desquite, los guardaba en ese cajón para no volverlos a ver.
Y así, estación tras estación, la niña se convirtió en mujer, la mujer en madre y su tesoro se convirtió en un secreto que la avergonzaba y así permaneció, arrinconado y condenado al olvido.

Un día, sin importar cual, la niña convertida en mujer, descubrió a su hija leyendo uno de sus manuscritos. Ambas cruzaron miradas de sorpresa, la mujer al recordar su pasado y la hija al saberse descubridora de un secreto.

"- Mamá, no sabía que eras escritora-"comentó con un ligero tono de orgullo, la madre cabizbaja y sonrisa triste la miró negando con la cabeza. "-No hija, no son más que tonterías, eso no era para mí-"
La hija se plantó frente a su madre y entregando el manuscrito que recién había leído miró a su madre con una mirada adulta, "- Ésto que es entonces?, ¿no eres tú quien me dice que si algo quiero que luche por ello, que si tengo un sueño que haga lo que más me guste sin que me importe lo que los demás puedan pensar?". La niña habló atropelladamente, se marchó dando un beso en la mejilla a una madre estupefacta que no halló respuestas para su hija, pues no las tenía.

La madrugada se echó sobre una mujer que, sentada en el suelo con piernas entrelazadas, devoraba cientos de manuscritos que se esparcían por toda la estancia. La amarillentas páginas, fueron despertando poco a poco aquella niña que una vez lloró al abandonar su sueño. Esa niña que olvidó había regresado.
Se levantó decidida, apiló todos los escritos sobre la mesa y encendió su ordenador, comenzando así la ardua tarea de cumplir con el sueño de aquella niña que una vez se dejó vencer.


Obra registrada. Código: 1111250599011