viernes, 8 de julio de 2011

La Travesía. (Relato)

La mar en calma, apenas la quilla rompía las olas, su leve rumor rodeaba el velero como un tenue murmullo. Permanecí ensimismada imaginando que algo me decía, su sonido rítmico desbordaba mi imaginación, poco a poco comencé a entender lo que la mar susurraba, podía entender los preciosos versos, llenos de sentimientos, de emoción, dolor, tristeza. Todos ellos acompasados con el vaivén del velero.

Su rumor sosegaba mi alma inquieta, que, deseosa de encontrar un lugar donde expandirse, encontró su sitio en este velero. Levanté la vista hacia el cielo azabache salpicado de con miles de estrellas que guiaban el rumbo y en lo más álto de la noche, una preciosa Luna que, aunque se encontraba distante, permanecía vigilante al velero, siguiéndolo fielmente. El velero sabía que, aunque a veces algunas nubes la ocultaban, siempre permanecía presente en el rumbo y lograba encontrar un claro para poder iluminar el velero aunque fuese un instante, lo suficiente para hacer saber, que estaba allí. Camino hacia la popa para observarla mejor y lanzo un beso hacia la Luna vigía, sonrío levemente pues sé que me responderá, tal vez hoy, tal vez mañana... pues siempre encuentra el modo de bañarnos con su brillo. 

El velero permanecía siempre con sus velas desplegadas, navegando con brío hacia el horizonte del destino descrito por los sueños y anhelos de la tripulación. Los cuales, siempre atentos de cada uno de ellos, trabajando con ilusión y desenfreno. Entregándo lo mejor de uno al servicio de los demás, complementando así, un grupo homogéneo de talento, ingenio, imaginación y afán de superación. Y sobre todo, siempre ilusionados ante la llegada de un nuevo miembro, que curiosos y deseosos de conocerlo, lo reciben con la más calurosa de las bienvenidas, pues, aunque en apariencia parece un pequeño velero, siempre hay un sitio para uno más.

Recuerdo cuando me enrolaron para esta travesía, entré con timidez sin saber realmente qué me encontraría y hacia dónde llevaría su rumbo. Lo primero que hice fue bajar para curiosear el interior del velero, en el cual, se encontraban los camarotes dispuestos para cada miembro de la tripulación, me quedé sorprendida al comprobar que en una de ellas estaba mi nombre grabado. 
Salieron a mi encuentro, el Capitán y la Almirante del velero que me acogieron con alegría y cariño, me dejé llevar hacia la cubierta. Allí se encontaba el resto de la tripulación que me observaban con amplias sonrisas y miradas cómplices. Me quedé sorprendida al verles, pues ya los conocía. 

Con muchos de ellos, compartía breves tertulias en el mesón de un puerto que me gustaba frecuentar. Un mesón donde cada uno podía expresarse tal y como es, sin velos, ignorando por completo los estatutos del aparentar. Me gustaba ir allí, pues cuando tenía la oportunidad de expresarme, sentía como si fuese una más.
Y ahora los tengo frente a mí, acogiéndome con cariño, yo acepté con agrado e ilusión su bienvenida. No me sentí como un miembro nuevo sino una más, como si hubiese pertenecido al velero desde hacía mucho tiempo.

Ya pasó mucho tiempo desde entonces, y siempre tengo un momento para hacer saber lo felíz que me siento de haber embarcado. La ilusión que me hace compartir con ellos un viaje hacia un rumbo establecido y común. No hay día que no aprenda algo nuevo de ellos y noche que no me acueste agradeciendo la invitación.
LLegué al velero en un momento crucial de mi vida, justo cuando estaba a punto de zozobrar en una tormenta de sentimientos de abandono y frustración, de deseo e impotencia, de sueños y pesadillas... Ahora no tengo miedo a hundirme, pues sé que el velero vigila y cuida a cada miembro de su tripulación.

Y así continua su travesía sin fin,surcando los océanos y mares, buscando nuevos puertos para enrolar más tripulación, pues siempre en este velero hay sitio para uno más... para uno más.

Obra registrada. Código: 1111250598779