El Sol ya se ha ocultado, es la hora. Puedo escuchar sus pisadas crujir sobre la madera, viene hacia mí como cada noche y como cada noche, siempre viene con tranquilidad. En cambio yo, apenas puedo contenerme. La impaciencia se apodera de mi, ojalá pudiese levantarme e ir yo a por ella... ojalá.
Me destapa con esa delicadeza tan característica en ella cuando llega este momento. Con movimientos autómatas me prepara. De mí sale un sonido parecido al de una cremallera deslizándose. Le indico así que estoy lista para comenzar, me rindo ante ella completamente sumisa.
Ella marca la silueta de sus labios con su lengua húmeda y me estremezco, aunque no puede notarlo. Y comienza nuestro ritual íntimo...
Sus dedos ágiles cual felina de la Sabana, comienzan a deslizarse sobre mí. Al principio con suavidad, delicadeza y un poco insegura. Pero a medida que su mirada se pierde más allá de la realidad, cuando su mente la transporta a lugares que solo yo puedo encontrarla, se vuelve más impulsiva e impaciente.
Me dejo hacer, ¡oh qué sensación! quiero gritar que siga, que me de más y más rápido, pero no puedo y aunque me frustra el no poderme mover o hablar, la satisfacción de saber que soy toda suya, compensa todo lo demás y para mí es suficiente.
Tap, tap, tap, tap... es el único sonido que puedo emitir, pero parece que ella los sabe interpretar porque ambas hemos llegado a un punto donde el frenesí ha sustituido nuestro libre albedrío, lo único que mostramos es el instinto más ancestral. Cada vez que me agarra la parte superior y la desliza con brusquedad, siento que voy a estallar.
De sus labios salen estas palabras:
"Él sintió unos puntos de calor mullido sobre sus teclas como la leve cosquilla de un despertar sin apremio"
Y aunque me sé que no se dirige a mí, yo así lo imagino, pues así es nuestra relación. Ambas disfrutamos juntas, aunque nuestras mentes estén distantes. Pero esas palabras que acaba de pronunciar... es así como me siento. ¡Oh Dios, sabe como me siento! mi éxtasis incrementa hasta un punto incalculable.
Continuamos durante horas, la alborada no está lejana, pero la intensidad no ha mermado. Me desliza, toca hasta el último rincón de mi ser con sus largos y finos dedos. Pero como siempre hace, sin previo aviso, se detiene bruscamente. Me mira fijamente durante un instante y con firmeza, me desprende del lienzo antes blanco y ahora impregnado de su desinhibir. Ese es mi clímax y siento traspasar las puertas del Nirvana.
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