Miro el reloj por millonésima vez, solo faltan diez minutos para las seis de la tarde. El tictac del reloj martillea mi cabeza constantemente, claro está que es mi subconsciente ya que mi reloj es digital.
El día ya comenzó mal, con una soporífera reunión de trabajo con charla incluida sobre prevención de accidentes laborales. Mientras escuchaba (que no oía) la retahíla, intentaba imaginar qué tipo de accidente podría tener en mi puesto. Imparto clases de creación literaria en un taller cívico, así que, la única suposición que pude sacar, era que algún alumno, por un descuido se saltara un ojo con un lápiz o se cortase el dedo con el filo de una hoja, no es mortal pero ¡uf!, duele una barbaridad. Estos pensamientos me hicieron mucha gracia y quise compartirlo con mi compañero de atrás. Por su gesto y por como torció el labio hacia abajo, no le hizo gracia alguna, eso o estaba más aburrido que yo.
Al menos saqué algo gratificante de la reunión, la notificación del periodo de vacaciones de navidad, bueno más o menos son vacaciones, porque al cobrar (y cotizar) por día y hora, no pagan, así que es un parón en la nómina, así que es una sorpresa agridulce. O dicho de otra manera, es como si te regalasen una entrada preferente para una obra de teatro y luego te enteras que la fecha coincide con un compromiso ineludible. Lo tienes sí, pero no te sirve de nada.
Después de la reunión, me quedé en la cafetería que estaba cerca de mi trabajo (mala idea), tenía los nervios a flor de piel y aún así me tomé tres cafés con leche bien calentitos pero a su vez, bien cargaditos de cafeína. A las dos de la tarde ya estaba como una moto.
La clase no comenzaba hasta las cuatro, así que no merecía la pena regresar a casa. Vivo lejos de mi puesto de trabajo, y los autobuses no son muy frecuentes (uno cada 20 ó 25 minutos), eso, más media hora de recorrido tendría el tiempo para llegar, dar la vuelta y volver a donde estoy.
Intenté hacer tiempo hablando con mi pareja por teléfono, pero solo pude alargar la charla media hora porque él tenía que trabajar y la hora de la comida se había acabado.
Casi todo el paquete de tabaco me había fumado ya, supuse que eso compensaría mi ingesta de café y decidí tomar otro, que al final resultó ser dos más.
Bueno, pues en eso estaba yo, en las seis menos diez. Y tantas cavilaciones sólo habían hecho que el reloj avanzase un minutejo. Suspiré mirando a mis alumnos, uno de ellos interrumpió mis pensamientos.
"¿Hay tarea para la semana que viene?". Miré mis apuntes simulando que leía, a causa de los nervios, no había preparado nada y me olvidé de la tarea semanal, leí el esquema que expliqué la semana anterior y la bombillita se me iluminó. "Contar una vivencia real, máximo ciento cincuenta palabras. Esa historia, será escrita cuatro veces usando en cada una de ellas un tipo distinto de narrador". Lo dije de carrerilla y sin pensar, crucé los dedos para que hayan entendido el objetivo de la tarea y no quisieran aclarar dudas. Hubo suerte, el reloj seguía avanzando. "Son menos cinco, será mejor que te marches si no quieres perder el avión". Dijo el mismo que había preguntado.
Todos mis sentidos y nervios volvieron a estar a flor de piel. Cada vez que escuchaba la palabra "avión", se me encogía el estómago menguando hasta el tamaño de un guisante. Esa era la causa de tantos nervios, me disponía a coger un avión por primera vez en mi vida, eso a pesar de que siempre me causó pavor solo la idea que otros lo hiciesen, incluso miraba con recelo los aparatos cuando sobrevolaban sobre los edificios. Mi recelo casi podría diagnosticarse como fobia, pero tampoco llega a tanto, solo me da pánico.
Me despedí de mis alumnos y tras recoger mis cosas con prisas y sin orden, salí disparada del aula dispuesta a buscar un taxi. Hecho que me dio mucho coraje, estaba casi en el centro de la ciudad y desde mi casa puedo ver la torre de control del aeropuerto, vivo tan cerca, que cuando subo a la azotea para tender la ropa, casi tengo que esquivar los trenes de aterrizaje.
Así que te tal pinta salí del centro cívico, no soy muy coqueta que digamos. Con decir que, a mi me caduca el maquillaje antes de gastarlo, pero para la ocasión me esmeré. Me puse falda (eso ya es extraordinario en mí de por sí) y mi amiga me peinó y maquilló. Eso sí, la mochila, formato escolar, deslucía un poco, pero daba igual.
Quería dar una buena impresión, así que de esa guisa y sin más demora me dirigí hacia el aeropuerto.
(Continuará...)
Así que te tal pinta salí del centro cívico, no soy muy coqueta que digamos. Con decir que, a mi me caduca el maquillaje antes de gastarlo, pero para la ocasión me esmeré. Me puse falda (eso ya es extraordinario en mí de por sí) y mi amiga me peinó y maquilló. Eso sí, la mochila, formato escolar, deslucía un poco, pero daba igual.
Quería dar una buena impresión, así que de esa guisa y sin más demora me dirigí hacia el aeropuerto.
(Continuará...)
Sylvia, fuiste preciosa a tu cita... ;)
ResponderEliminarVoy a por el segundo...
Besitos.