martes, 28 de abril de 2015

Declive

La claridad que se cuela entre las aristas de la persiana me despierta. Aún desorientado me incorporo con malestar debido a los músculos entumecidos. Siento la lengua pastosa, con regusto a tabaco y alcohol. Aún así, siento la necesidad de fumar y cojo la cajetilla que está sobre la mesilla. Miro con desdén el espejo de bolso que está a su lado donde quedan restos de un par de rayas de coca.

Bajo la mirada y con vergüenza miro mi miembro viril flácido. Se me antoja ridículo e inútil tal cual mi estado de ánimo. Un leve movimiento y un murmullo ininteligible capta mi atención. Miro con desazón a una mujer que bien puede doblarme la edad y que duerme profundamente exhibiendo su cuerpo de modo soez. Para nada mi estilo de mujer, para nada encaja entre mis cánones de belleza. Pero aquí estoy, con la misma sensación de cada mañana y con distinta mujer. Empiezo a sentir asco de mí mismo mientras me pongo mi reloj de oro, abotono mi camisa de seda hecha a medida, calzo mis pies con zapatos de piel... 

Voy al baño. Tras refrescarme la nuca, empiezo a despejarme. Me miro un instante en el espejo y sonrío. Puedo ver a un triunfador, seguro de sí mismo. Con un atractivo capaz de hacer que cualquier mujer pueda caer rendida ante mis encantos. Pero esa imagen es un espejismo, me centro en los ojos, mis ojos y me veo tal cual soy, no puedo ni quiero reconocer a quien se muestra ante mis ojos. En ellos, se refleja mi verdadero yo. Un fracasado que se vende a las mujeres para obtener toda satisfacción material que anhela. Un maldito cobarde y vago incapaz de mantener un trabajo respetable porque no sabe hacer nada útil. Un chico de barrio marginal que vendería su alma al diablo para renegar de quién es. 
El deseo de negación se aloja en mi estómago y vomito. Arrojo de lo más profundo de mis entrañas la vergüenza, frustración y asco de mí mismo. Vomito hasta que, paradójicamente, la sensación de vacío es completa.

Regreso al dormitorio y termino de vestirme. Carraspeo un par de veces logrando mi intención, la mujer se despierta. Me mira con una sonrisa amplia y sincera. Se levanta envolviendo su cuerpo con la sábana y le sonrío. Le sonrío de modo que ella sienta complicidad entre ambos, aunque en realidad, mi sonrisa es en agradecimiento por cubrir un cuerpo tan mal agraciado.
Ella saca una generosa cantidad de dinero y lo introduce en el bolsillo de mi pantalón. Aprovecha el gesto para presionar mi muslo y me veo obligado a besar esos labios resecos.
Tras concretar una próxima cita, me marcho de allí luchando con la tentación de no hacerlo corriendo.

Llego a mi sucio, maloliente y pequeño apartamento. Mi hogar, por llamarlo de algún modo, es una sátira de mí mismo. Exteriormente en un emplazamiento de lujo, interiormente... lo que realmente soy... Un despojo humano.
Como cada día, juro que esta vez, será la última. Como cada día, cuento el dinero pensando en cómo gastarlo. Como cada día, me siento en el borde de la cama mientras mis manos juguetean con un pedazo de cuerda y mantengo la mirada fija en la viga que atraviesa el techo. Como cada día...
Me subo en la silla y ato la cuerda en la viga dejándome hipnotizar con su vaivén y espero que aparezca el valor que necesito para terminar con mi decadencia.  Como cada día y sin lograrlo, veo la única salida ante mí.
Sé que no hay otra opción pues si no lo hago hoy, mañana, como cada día.. volveré a reincidir.






2 comentarios:

  1. Si tan sólo pensara en lo que siente aquella mujer... Sin mirarse al espejo siquiera... Sería distinto, y quizá, sonreiría con ella.

    ¡Gracias!, buen relato.

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    1. Muchas gracias por leer y comentar. Seguro que sí, sería distinto. Aunque cuando el caos invade nuestra razón y nos resignamos, solo queda la auto destrucción.

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