Sabía que era un juego peligroso, pero aún así, me quise arriesgar. Hacía mucho que mi vida entró en una espiral de autodestrucción en la que mi vitalidad, se consumía día a día. Desde que me levantaba hasta el anochecer, realizaba las distintas tareas rutinarias como una autómata. Siquiera distinguía ya, un domingo de un martes.
Se agotaron las ilusiones, tenía la sensación que tan solo me quedaba comenzar a descontar días y esperar mi momento final. Envejecí demasiado pronto a causa de la desazón y me resigné a mi desdicha.
Caminaba por calles concurridas en las que, no distinguía a las personas, para mí solo eran sombras etéreas que desfilaban ante mí a contracorriente.
Ya no me quedaban lágrimas que derramar, siquiera recuerdo cuándo se me agotaron. Tampoco me sentía con fuerzas para luchar contra mi suerte. Pero también tenía la sensación de que todo aquello, podría explotar ante mí en cualquier momento y terminar de destruirme.
Y entonces le conocí, mejor dicho, al fin me habló. Entre rutina y rutina, me tomaba un café sumida en la lectura de turno, el único momento de paz y sosiego que aún poseía. Como cada día, ese aroma de colonia varonil, volvió a captar mi atención.
Levanté la mirada disimuladamente por encima de mi libro para así, espiarle clandestinamente como siempre hacía, pero en esta ocasión, me quedé petrificada.
En vez de dirigirse a la barra y pedir su café sólo y sin azúcar, él se quedó parado ante mí y cuando nuestras miradas se cruzaron, me preguntó muy cortésmente si podría sentarse a mi lado. Asentí totalmente ruborizada, sintiéndome como una adolescente inexperta.
Charlamos casi una hora, me pareció increíble que ese completo desconocido, tuviese tantas cosas en común conmigo. Tantas como las diferencias entre mi marido y yo.
Durante semanas, disfruté de la novedad e ilusión de compartir café y charla con un amigo. Cada día, nos sentíamos más confiados el uno con el otro. Incluso le hice pequeñas confesiones de mi insulsa vida conyugal. Él también fue abriéndome su interior poco a poco y llegué a conocerle como jamás pensaría que lo haría con nadie. Nuestras miradas, completaban aquello que ninguno, se atrevía a confesar en voz alta.
Y ocurrió, fue hace dos días. Él se armó de valor para proponerme un encuentro íntimo, sabiendo de antemano que con ello, pondría en riesgo nuestras tertulias de café y la amistad.
Aún no sé cómo me atreví, creí conocerme perfectamente, pero estaba equivocada. Mi subconsciente tomó las riendas, hacía mucho que estaba dormido y despertó en ese instante hablando por mí... acepté.
Ahora aquí estoy, frente al hotel de la avenida principal. Estrenando ropa interior llamativa y a punto de tener una aventura. Las ideas van y vienen a mi cabeza, intento poner un poco de orden en el caos de mi mente. Pero los pensamientos de cordura, lealtad, ilusión, desconfianza, desdén, despecho... todos volaban sin control en mi interior.
Por primera vez en mi vida, decido no querer razonar y dejarme llevar por el momento. Porque sé que en el fondo... quiero hacerlo, deseo hacerlo.
Entro con paso decidido y me dirijo a recepción para preguntar por el número de habitación reservado a su nombre. Y allí le veo, ya me estaba esperando. Se levantó muy despacio y caminó hacia mí con una sonrisa sensual. Yo sentí que las piernas me flaqueaban, miré hacia la puerta de salida con disimulo. Quería salir corriendo de allí, quería estar con él. Pero en realidad no sabía qué es lo que deseaba con más fuerza.
Me miró fijamente, adiviné el deseo que desprendía sus pupilas y me apartó un mechón que caía sobre mi frente. - ¿Decidida? - preguntó casi como un susurro. Tragué saliva y suspiré entrecortada - Pues...
Muy muy muy muy bueno Sylvia...
ResponderEliminarMe encantó leer "La duda".
Abrazos.