La lluvia caía con fuerza, me alcanzó desprevenido. Estaba comenzando a anochecer y pensé que podría atravesar el bosque antes que la noche se cerrase por completo. La cortina de agua que caía con aplomo sobre mí, disminuyó mi visibilidad notablemente. Siquiera me di cuenta de que me desvié del sendero, solo cuando tropecé con un tronco cayendo de bruces y mirar a mi alrededor cuando me levanté, supe que me había perdido. Me asusté, estaba desorientado y el agua me caló hasta los huesos.
Vi una luz muy tenue, pero desapareció. Agudicé la vista escudriñando entre la oscuridad en el punto donde me pareció verla, volví a verla, estaba en movimiento y sus parpadeos eran provocados al ser tapada por los árboles. Corrí hacia su ubicación y cuando casi había llegado, suspiré aliviado. Era un candil que un anciano portaba. Quise exclamar para llamar su atención, pero el anciano me vio primero y tras soltar un alarido de terror, intentó huir. Sus torpes movimientos le hicieron caer y me apresuré para ayudarlo. Su rostro congestionado por el pánico se relajó en cuanto me miró. Aunque fuese un desconocido para él, pareció aliviado pese a la primera impresión que le provoqué.
Muy nervioso, me llevó a su cabaña tirando constantemente de mí. A pesar de la edad, caminó apresurado, me dio la impresión que estaba huyendo de algo. Instintivamente miré tras de mí, para intentar averiguar el motivo de su pavor, pero me ordenó secamente que no hiciese eso.
Una vez en su cabaña y tras trancar la puerta con un robusto madero, me invitó a calentarme con el fuego de la chimenea. Mientras me quitaba las botas mirando avergonzado mis calcetines empapados, el anciano avivó el fuego comenzando a murmurar. Pensé que se dirigía a mí, pero comprobé su concentración al mirar las llamas, el anciano hablaba para sí. "Qué viejo más raro" pensé para mí.
Saqué de mi mochila unos calcetines secos y me los puse mientras le agradecía su hospitalidad, le comenté que en cuanto amainase la tormenta, emprendería de nuevo mi camino pues tenía mucha prisa por llegar a mi destino y ya me había retrasado demasiado.
El anciano se irguió con todo el cuerpo tenso y me miró con temor en la mirada, aunque he de confesar que más temor tenía yo al verle así, ese anciano me daba escalofríos. Sin decir palabra, destapó el puchero que tenía en el fuego y me sirvió un cuenco de sopa humeante. Acepté con agrado, no solo porque mi cuerpo exigía algo caliente, también porque olía de maravilla y me abrió el apetito al instante.
Me dispuse a dar el primer sorbo mirando al anciano de reojo que miraba tras la ventana, parecía como si intentase encontrar algo entre la oscuridad que había tras los cristales, puede que sea sugestión, pero me pareció que se sintió aliviado al no ver nada ahí fuera.
"El bosque está maldito. A nadie que en él se halle en una noche de tormenta como esta, se le ha vuelto a ver jamás"
Habló como si dictase una sentencia, dejé la segunda cucharada suspendida en el aire mirándole estupefacto y con la boca abierta esperando el alimento. Aunque era obvio que no fuese así, simulé que no le había escuchado. Estaba calado hasta los huesos, cansado y tenía bastante prisa. No me apetecía en absoluto tener que escuchar ahora, un cuento de viejas. Di varias cucharadas para hacer notar mi premura, aunque la sopa hirviendo me estaba quemando el esófago, pero ese anciano me estaba haciendo sentir incómodo por momentos.
Entonces recordé nuestro encuentro, el anciano estaba aterrorizado cuando le di alcance, era obvio que le había dado un susto de muerte y además, me trajo a su cabaña como si intentase huir de alguien... o algo.
El anciano pareció leerme el pensamiento, asintió levemente dispuesto a responder a una pregunta que solo mis ojos habían formulado. Fijó la vista en la lumbre y apretó los labios, parecía que intentaba encontrar las palabras adecuadas para poder explicarse.
"Ocurrió hace muchos años, no podría decir cuántos exactamente - murmuró - Cuando escuché esta historia por primera vez era un infante y mírame, ahora peino canas. A pesar de las numerosas bocas en las que esta leyenda ha sido contada, no ha cambiado ni un ápice y la advertencia está clara... el bosque está maldito"
Un rayo iluminó el exterior marcando a la perfección los contornos de lo árboles, el sonido que lo siguió me hizo pensar que hasta el cielo se había rasgado. Di un respingo y la cuchara cayó en el cuenco salpicando la sopa sobre mi pierna. Si el anciano pretendía asustarme, tendría que felicitarlo, lo había conseguido.
Froté con la servilleta el pantalón para intentar aliviar la quemazón que sentía en la pierna, le miré interrogante e incluso había olvidado mis prisas. Sentía curiosidad por conocer la historia que tanto aterraba a mi benefactor.
Después de servirme de nuevo, se sentó frente a mi y tras un entrecortado suspiro, el anciano comenzó a narrar con voz queda, la leyenda del bosque maldito...
(Continuará...)
(Continuará...)
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