lunes, 15 de abril de 2013

El último momento

Tengo la garganta seca, siento que me arde por dentro. El corazón me late desbocado hasta el punto de creer que lucha ferozmente para abrir un agujero en mi pecho y poder escapar. Corro con todas mis fuerzas, a cada paso que doy, siento un calambre en cada espinilla y el dolor sube por la pierna como un latigazo. Apenas me quedan fuerzas para mantener el ritmo de esta carrera desesperada. Pero no puedo parar, no debo parar.

Empiezo a sentir un sudor frío en la espalda y hace que la ropa se me pegue en la piel y dificulta aún más mis movimientos. Mi temperatura se elevó, siento que me arden las orejas. En cualquier momento perdería mis fuerzas, podría tropezar y caer de bruces.... ¡No, eso no! me dije para mí. No debía dejarme vencer tan rápidamente, si tiraba la toalla ahora mismo, ¿de qué hubiese servido entonces todo el esfuerzo empleado?

Miro hacia atrás, aún lo veo a cierta distancia de mí, pero amenazaba con darme alcance de un momento a otro. Sabía que sería una lucha perdida. Pues nada podría hacer yo en un enfrentamiento de igual a igual, me derrotaría nada más comenzar. Pero ahora tengo ventaja y debo aprovechar esta oportunidad.

Durante mi desbocada carrera, puedo ver muy fugazmente algunas miradas clavadas en mí. Son solo fragmentos de segundos, pero pude interpretar claramente cada una de ellas. Una trasmitían lástima por verme en este estado; otros pesar al imaginar un fatal desenlace y alguna mirada de chanza, parecía que mi situación les divertía. Pero me daba igual como me miren o el mensaje que esos ojos curiosos lanzase. Ninguno se ha inmutado, ninguno quiso ayudarme para intentar poner fin a esta situación.

Con angustia, vuelvo a girar la cabeza hacia atrás. Se ha vuelto a poner en movimiento y empieza a ganar terreno. Intento hacer acopio de todas mis fuerzas que aún me restan y centrarlas en mis ya maltrechas piernas. Pero debo conseguirlo, no debo dejar que me venza.

Veo mi objetivo frente a mí, apenas unos pasos más y lo habré conseguido. Angustiada comienzo a creer que no lo conseguiré porque realmente, no puedo dar ni un paso más. Mi coraje comienza a mermar, pero le grito a mi interior. Me obligo a mí misma a olvidar el dolor, el cansancio... Me animo, sé que puedo conseguirlo, aguantaré un poco más, solo un poco más. Todo casi ha acabado, por favor, do debo desistir, ahora no...
No paro de decirme esto, una y otra vez. Pero hizo efecto, con las fuerzas mermadas y a punto de desplomarme por agotamiento... llegué a la par que él, pero llegué en el último momento. ¡Lo conseguí!.

Trago saliva con dificultad, siento que me daña la garganta, está completamente seca. Aún así, mantengo una sonrisa triunfal. Mientras lucho por recobrar el aliento, las puertas se abren ante mí y paso a su interior. Saludo muy cortésmente e intento disimular mi estado. Camino con piernas temblorosas hacia el fondo y me desplomo en el asiento resoplando con pesadez. Unos ojos curiosos me inspeccionan con curiosidad, intentó ser disimulados. Sabían lo que me había ocurrido, no hacía falta preguntar.

Todo había pasado y me siento más relajada. Suspiro aliviada mientras me felicito para mis adentros. Miro a esos ojos que continúan observándome. Tras inspirar profundamente para llenar mis pulmones con aire renovado y expulsarlo muy lentamente, respondo con una sonrisa amplia:

"Ufff, madre mía. Siempre me pasa igual. Odio coger el autobús en el último momento".

2 comentarios:

  1. Hola!

    Yo creo que más de uno se habrá sentido identificado/a con esa sensación con respecto al bus. jaja

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  2. Jajajaja, este tipo de relatos los hago como entretenimiento, para divertirme y pasar el rato. Cojo un hecho cotidiano, le añado suspense y finalizo con el efecto sorpresa.

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