Me dispuse a entrar en la terminal, pero paré en seco. A través de mi móvil escuchaba (más bien intuía, pues la cabeza se me iba y daba vueltas) palabras alentadoras de mi pareja, que era el motivo (en ese momento lo veía como el culpable) de mi viaje. Caminaba tan despacio que casi parecía que iba hacia atrás. Me quedé petrificada ante la puerta automática mirándola con la misma desconfianza que Atreyu en la Historia Interminable cuando se disponía a atravesar el primer umbral para llegar al Oráculo del Sur.
Me encendí un cigarrillo que prácticamente lo consumí en tres caladas. En esto que seguía con el móvil en la oreja y respondía a lo que me decía con sonidos inteligibles y balbuceantes. En resumen, que tenía más miedo que un muñeco de cera en una fábrica de cerillas.
Para los que no lo conocen, el aeropuerto de Sevilla no es grande ni concurrido como lo son los aeropuertos de las grandes ciudades, más bien parece una estación de autobús muy grande. Aún así, cuando entré en el hall, me sentí como Alicia tras comer esa galleta que decía "cómeme", a cada paso, me hacía más y más pequeña (lo reconozco, tengo mucha imaginación).
Mi miedo, casi fobia, era más que patente y ya no podía disimularlo ni contenerlo, me eché a llorar. Mi interlocutor intentaba tranquilizarme (seguía con el móvil en la oreja), pero sus entrecortadas y contenidas palabras, dejaban más que patente su lucha por mantener el tipo y no partirse el pecho a carcajadas.
Bueno pues allí estaba yo, con dos horas de antelación, porque, como todos los cobardes, también yo tengo mi lado de masoquista y no quería perder el vuelo. He oído de casi todo el mundo eso de estar una hora antes en el aeropuerto y claro como en el billete también lo indicaba, pues eso... una más una son dos ¿No?. Pues no, con solo una hora bastaba.
De todas formas no podía ni quería perder el vuelo, el motivo de mi viaje bien merecía la pena, el mal rato que estaba pasando. Y una cosa sí que lo tenía seguro, que pensaba compensarlo nada más llegar.
Pero no entraré en detalles porque, como dije anteriormente (en la primera parte) puede haber niños leyendo. Bueno, pues eso, que continúo con el tema principal.
Me dispuse a buscar mi puerta de embarque, y me dirigí al mostrador de la compañía de mi vuelo. Aunque mi billete fue comprado por internet y no hacía falta facturación, quise cerciorarme que todo estaba correcto. Os recuerdo que era mi primera vez, eso y que mi billete fuese un folio impreso por mí en casa, en blanco y negro, pues que no me generaba confianza. Para mí, un billete tiene que ser de cartulina dura para que pueda también hacer su función de abanico para cuando nos agobiamos. (vengaaaa, que todos lo hemos hecho).
Esperé pacientemente mi turno (bueno, eso es un decir). La señorita que me atendió solicitó mi documentación, le entregué mi pasaporte (aunque soy natural de Sevilla, mi nacionalidad es británica). Me miró fijamente con esa cara a la que sé interpretar de tantas veces que la he visto y sé que es lo que están pensando: "Tiene pinta de todo menos de británica". Mi pelo negro y mi piel de una tonalidad que podría llegar al canela pero se queda corta, poco verifican mi origen sanguíneo, o dicho de otra manera, no tengo en absoluto pinta de "guiri". Bueno, sigo que me estoy yendo por peteneras.
Bueno, pues la señorita del mostrador me dio unas indicaciones que en principio creí no entender por culpa de los nervios. Con un gesto le pedí que me lo repitiese, y así lo hizo. En esta segunda ocasión encontré el por qué no me enteraba, a causa de mi pasaporte, la chica me habló en inglés (Que sea británica y que no tenga pajolera idea de inglés, tiene su explicación, pero mejor dejarlo para otro relato). Bueno, pues como me había enterado solo de media, la mitad. Le respondí muy despacio para evitar que se me quebrara la voz por los nervios. "Perdona, pero es la primera vez que pillo un avión y no m'enterao de ná, no quiero equivocarme y como me líe acabo en Pekín, ¿Pa dónde se va a la treminales?". (Debo hacer un inciso, por norma general no hablo así, pero cuando se pone en duda mi sevillanía hablo peor que Brad Pitt en "Cerdos y diamantes". Es una manía que tengo y ya lo sé, me lo tengo que mirar).
La señorita, sonriendo ampliamente (conteniendo una carcajada), señaló con el dedo índice, seguí con la mirada la trayectoria de ese dedo y descubrí tras de mí, sobre mi cabeza, un letrero enorme con letras negras sobre un fondo amarillo que rezaba: "Puertas de embarque" y una gran flecha vertical. Vamos, que si hubiese sido perro, me habría mordido. Roja como un tomate, le agradecí a la señorita la información con la misma sonrisa, pero la mía decía: "¿Te has quedado a gusto jamía?, pues ale, ya te he dado tema de conversación para la hora del bocadillo, jodía".
Llegué a la zona de seguridad, donde se marcaba un camino lindado con cintas para organizar la cola, el recorrido te obligaba a "zigzaguear", adelante diez pasos, atrás diez pasos, adelante... así unas cuantas veces. Después otra cola, más lenta aún, allí me hicieron quitar las botas y todo lo que podía pitar en el arco de detección de metales, puse todo lo que llevaba a mano en una bandeja de plástico. Pasé por el arco mirando al guarda con temor y pensando "verás como pita, verás como pita y la casco" (No sé por qué, pero siempre que paso por un cacharro de esos estoy segura que voy a pitar, aunque luego nunca pasa). Seguramente pillé a Murfhy despistado porque no pité y menos mal, porque los cafés que había tomado durante todo el día exigían su derecho a salir de forma urgente e imperativa. Con las piernas juntas y pegando pequeños saltitos, me dispuse a ponerme las botas, pero la cremallera se atascó con los pantis y no aguantaba más.
Entré en la terminal con la cremallera de la bota a medio subir, la gabardina mal abotonada, la mochila colgada del brazo y en ambas manos todo cuanto dispuse en la bandeja (llaves, móvil, guantes, bufanda, libro, pulseras y el billete de avión). Menos mal que encontré los aseos al momento y corrí hacia allí cojeando (la otra bota también la tenía en la mano). Supongo que no hace falta decir lo que hice a continuación porque seguro que todos lo hemos hecho más de una vez. Desparramé todo lo que tenía en las manos en el suelo del baño y me desabotoné conteniendo la respiración para aguantar algo más (¿a que nadie se ha preguntado por qué aguantamos la respiración? pero no sé, será psicológico, pero funciona, jajajajaja). El alivio que sentí, bien podría compararse al clímax de un arrebato de lujuria desenfrenada. Seguro que sabéis a que me refiero. ¡uf, que gusto da llegar a tiempo!.
(Continuará...)
Mi miedo, casi fobia, era más que patente y ya no podía disimularlo ni contenerlo, me eché a llorar. Mi interlocutor intentaba tranquilizarme (seguía con el móvil en la oreja), pero sus entrecortadas y contenidas palabras, dejaban más que patente su lucha por mantener el tipo y no partirse el pecho a carcajadas.
Bueno pues allí estaba yo, con dos horas de antelación, porque, como todos los cobardes, también yo tengo mi lado de masoquista y no quería perder el vuelo. He oído de casi todo el mundo eso de estar una hora antes en el aeropuerto y claro como en el billete también lo indicaba, pues eso... una más una son dos ¿No?. Pues no, con solo una hora bastaba.
De todas formas no podía ni quería perder el vuelo, el motivo de mi viaje bien merecía la pena, el mal rato que estaba pasando. Y una cosa sí que lo tenía seguro, que pensaba compensarlo nada más llegar.
Pero no entraré en detalles porque, como dije anteriormente (en la primera parte) puede haber niños leyendo. Bueno, pues eso, que continúo con el tema principal.
Me dispuse a buscar mi puerta de embarque, y me dirigí al mostrador de la compañía de mi vuelo. Aunque mi billete fue comprado por internet y no hacía falta facturación, quise cerciorarme que todo estaba correcto. Os recuerdo que era mi primera vez, eso y que mi billete fuese un folio impreso por mí en casa, en blanco y negro, pues que no me generaba confianza. Para mí, un billete tiene que ser de cartulina dura para que pueda también hacer su función de abanico para cuando nos agobiamos. (vengaaaa, que todos lo hemos hecho).
Esperé pacientemente mi turno (bueno, eso es un decir). La señorita que me atendió solicitó mi documentación, le entregué mi pasaporte (aunque soy natural de Sevilla, mi nacionalidad es británica). Me miró fijamente con esa cara a la que sé interpretar de tantas veces que la he visto y sé que es lo que están pensando: "Tiene pinta de todo menos de británica". Mi pelo negro y mi piel de una tonalidad que podría llegar al canela pero se queda corta, poco verifican mi origen sanguíneo, o dicho de otra manera, no tengo en absoluto pinta de "guiri". Bueno, sigo que me estoy yendo por peteneras.
Bueno, pues la señorita del mostrador me dio unas indicaciones que en principio creí no entender por culpa de los nervios. Con un gesto le pedí que me lo repitiese, y así lo hizo. En esta segunda ocasión encontré el por qué no me enteraba, a causa de mi pasaporte, la chica me habló en inglés (Que sea británica y que no tenga pajolera idea de inglés, tiene su explicación, pero mejor dejarlo para otro relato). Bueno, pues como me había enterado solo de media, la mitad. Le respondí muy despacio para evitar que se me quebrara la voz por los nervios. "Perdona, pero es la primera vez que pillo un avión y no m'enterao de ná, no quiero equivocarme y como me líe acabo en Pekín, ¿Pa dónde se va a la treminales?". (Debo hacer un inciso, por norma general no hablo así, pero cuando se pone en duda mi sevillanía hablo peor que Brad Pitt en "Cerdos y diamantes". Es una manía que tengo y ya lo sé, me lo tengo que mirar).
La señorita, sonriendo ampliamente (conteniendo una carcajada), señaló con el dedo índice, seguí con la mirada la trayectoria de ese dedo y descubrí tras de mí, sobre mi cabeza, un letrero enorme con letras negras sobre un fondo amarillo que rezaba: "Puertas de embarque" y una gran flecha vertical. Vamos, que si hubiese sido perro, me habría mordido. Roja como un tomate, le agradecí a la señorita la información con la misma sonrisa, pero la mía decía: "¿Te has quedado a gusto jamía?, pues ale, ya te he dado tema de conversación para la hora del bocadillo, jodía".
Llegué a la zona de seguridad, donde se marcaba un camino lindado con cintas para organizar la cola, el recorrido te obligaba a "zigzaguear", adelante diez pasos, atrás diez pasos, adelante... así unas cuantas veces. Después otra cola, más lenta aún, allí me hicieron quitar las botas y todo lo que podía pitar en el arco de detección de metales, puse todo lo que llevaba a mano en una bandeja de plástico. Pasé por el arco mirando al guarda con temor y pensando "verás como pita, verás como pita y la casco" (No sé por qué, pero siempre que paso por un cacharro de esos estoy segura que voy a pitar, aunque luego nunca pasa). Seguramente pillé a Murfhy despistado porque no pité y menos mal, porque los cafés que había tomado durante todo el día exigían su derecho a salir de forma urgente e imperativa. Con las piernas juntas y pegando pequeños saltitos, me dispuse a ponerme las botas, pero la cremallera se atascó con los pantis y no aguantaba más.
Entré en la terminal con la cremallera de la bota a medio subir, la gabardina mal abotonada, la mochila colgada del brazo y en ambas manos todo cuanto dispuse en la bandeja (llaves, móvil, guantes, bufanda, libro, pulseras y el billete de avión). Menos mal que encontré los aseos al momento y corrí hacia allí cojeando (la otra bota también la tenía en la mano). Supongo que no hace falta decir lo que hice a continuación porque seguro que todos lo hemos hecho más de una vez. Desparramé todo lo que tenía en las manos en el suelo del baño y me desabotoné conteniendo la respiración para aguantar algo más (¿a que nadie se ha preguntado por qué aguantamos la respiración? pero no sé, será psicológico, pero funciona, jajajajaja). El alivio que sentí, bien podría compararse al clímax de un arrebato de lujuria desenfrenada. Seguro que sabéis a que me refiero. ¡uf, que gusto da llegar a tiempo!.
(Continuará...)
Comentario de Harry el sucio.
ResponderEliminarJejejeje....Siempre salgo de los sitios con alarma imitando el ruido de una alarma... El de seguridad del Fnac de Donosti ya me saluda y todo...;-)
ResponderEliminarJa ja ja ja ja ja
No sé que decirte, ah sí!!!
Ja ja ja ja ja ja
Eres la..., ah!! que no se pueden decir tacos.
Eres tremendísima.
jajajaja. Ya me lo dicen mis amigos, que lo que no me pasa a mi... jajajaja
ResponderEliminar¡Necesito urgentemente leer la siguiente parte!
ResponderEliminarAins, no sabes la alegría que me das al ver que la historia te ha enganchado.¡¡¡Ánimo, que vas por la mitad!!! Jajajajajaja. Bechoteeeeesss.
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