jueves, 20 de septiembre de 2012

Por ti volaré. Parte V. (Humor)


Al fin llegué a la puerta de mi terminal, bueno, decir puerta es una licencia literaria que me permito pues era una fila de gente en medio del pasillo manteniendo más o menos una línea recta, todos en pie y sin posibilidad de sentarse ya que los cinco únicos asientos estaban ocupados. Empecé a tener la sensación de querer ir al baño, ufff, tengo que tener los riñones de una niña de tres años porque hace apenas unos minutos me había tomado la cerveza, bueno, podía aguantar.
En cuestión de segundos, dejé de ser la última de la fila y a los cinco minutos ya no podía ver al último. ¿Cómo íbamos a entrar todos en el avión?, desde fuera no se ve tan grande para tanta gente. "Fijo que no podrá despegar por sobrecarga de peso". 
Ya estaba casi todo hecho, en cualquier momento la fila comenzará a moverse y pronto acabará todo, lo malo es que la espera, que se me estaba haciendo interminable, hacía que me imaginara el desenlace, porque... otra cosa no, pero imaginación, tengo para parar un tren.

- Perdone, ¿este es el vuelo para Barcelona?- pregunté a mi antecesor en la fila. El aludido, con pinta de hombre de negocio y se giró, tras hacerme lo que en mi tierra se dice "un escaneo" de pies a cabeza, me miró directamente a los ojos, asintió levemente con un amago de sonrisa.
Creo que pasó un minuto o minuto y medio, cuando repetí la misma pregunta, esta vez a la persona que tenía tras de mí. Tras recibir la misma respuesta intenté concentrarme en mis pies los cuales subían y bajaban al ritmo compás del vaivén de mi cuerpo.
Otro minuto. -Perdone, ¿pero es seguro? a ver si han informado mal y acabamos en Pekín- la pregunta fue dirigida a mi primer interlocutor. Esta vez, me miró con más interés y su sonrisa era más amplia. Asintió con una amplia sonrisa. 
Continué columpiando mi cuerpo, sobretodo para distraer mi mente hacia la necesidad de ir al baño que iba en incremento por momentos (toma pareado). Me giré para dirigirme al que estaba tras de mí. - Perdone, ¿Puedo ver su billete para comprobar que dice lo mismo que el mío?.- El aludido me enseñó el billete con un brillo en su mirada que lo que veía en ellos, bien podría interpretarse de dos modos: "Esta chica es tonta" o "Menuda "tajá" lleva encima". 
Mientras comparaba los billetes, pude escuchar una carcajada mal disimulada por una falsa tos de mi predecesor. ¿Será idiota?, dije para mí. Preferí no decir nada al respecto, porque entre el pedal que llevaba encima por culpa de la cerveza y sumada al miedo que tenía se podría generar un cabreo tonto que bien podría recrear un remake de Melendi en un avión, versión sevillana.

Observé que comenzaba a generarse movimiento más adelante, pero la fila aún no se movía. Estiré el cuello hasta el punto de notar que iba a despegarme las cervicales y comprobé que los trabajadores de la compañía de mi vuelo estaban comprobando el tamaño y grosor de los equipajes de mano junto a los billetes.
Mi equipaje no necesitó comprobación en esa especie de carrito con un cajón en su base pues era una mochila escolar (para ser más concreto, la mochila que mi hija mayor se lleva al instituto). Pero sí me pidió el billete. Aproveché para preguntarle a la azafata si estaba en la fila y en el vuelo correcto. La señorita asintió con esa sonrisa congelada que llevaba marcada desde el principio de la fila, digna de una muñeca Barbie.
El hombre de negocios, que en esta ocasión no pudo reprimir la risa me miró como si de un cachorrillo desvalido se tratase. Supuse que a estas alturas, se había dado cuenta que era la primera vez que volaba -Chiquilla, tranquilízate que no es para tanto, verás que es como viajar en autobús.
Le contesté con una sonrisa forzada, intenté hacer memoria sobre que lugar ocupaba ese comentario en mi memoria, creo que era la vigésima vez que me lo decían. 

Comenzamos a avanzar, "madre mía, madre mía, madre mía..." decía para mí. A cada paso que daba, mis pulsaciones aumentaban de diez en diez por segundo. Entramos en una especie de corredor estrecho con paredes y techo de metal y salimos por una puerta, pensé que entraríamos directamente al avión (eso me habían contado) pero no, la puerta daba a unas escaleras que, tras bajar dificultosamente a causa del ligero mareo que tenía a causa de lo que ya sabéis (¿he dicho ligero? bueno, otra licencia literaria, jejeje), llegamos directamente a la calle, bueno, a la calle no, a las pistas.
Al parecer, mi avión no tenía una terminal propia y teníamos que caminar por las pistas para llegar a él, (Cosas del "low cost"). "Sólo falta que ahora se nos cruce un avión que quiera terminar", esta vez mi pensamiento fue en voz alta, el hombre de negocios se giró rápidamente, parecía que estaba esperando y/o deseando oír otra "parida" de las mías.
- Tranquila, tienen el semáforo en rojo, pero no podemos pararnos porque cambian muy pronto-.
Busqué con preocupación los semáforos, hasta que me dí cuenta (tarde) que me estaba tomando el pelo le devolví la chanza con una sonrisa más falsa que un billete de treinta.
(Por cierto, si este relato llega, por un casual al aludido, aprovecho para decirle: JÁ, JÁ y JÁ, muy graciosillo pedazo de jodío). 
Caminamos junto a una valla metálica de unos dos metros de altura (sin sevillanadas), seré tonta, pero me sentí más segura. Todo iba más o menos bien, hasta que la valla terminó de sopetón y pude ver el avión justo frente a mis narices.
En lo primero que me fijé fue en las alas, no eran como las imaginaba, las puntas estaban dobladas haciendo un ángulo de noventa grados más o menos. -¿Pero cómo va a volar bien si tiene las alas torcidas?- se me escapó. Mi compañero de viaje ya no se molestaba en simular la risa, sus hombros se movían con rapidez arriba y abajo, casi como un temblor convulsivo. Otra forma de decirlo es que se estaba partiendo el pecho a mi costa, incluso por el gesto que hizo al llevarse la mano a la cara, adiviné que se secó alguna lágrima que se le habría escapado.

Subí por la escalinata, "madremíamadremíamadre...". Entré por la parte posterior del avión y la azafata que nos daba la bienvenida me dijo que podía sentarme donde gustase ya que los asientos no estaban numerados. Rápidamente lo decidí, me senté en la cola, en el último asiento. Mi pánico se unió a la razón que me decía que por lógica, si el avión se estrella, caerá en picado o lo que es lo mismo, de morro, así que si por un casual nos estrellamos, alguna oportunidad tendré.
Una vez sentada miré por la ventanilla, el corazón me latía al menos a doscientos por minuto. Poco a poco el resto del pasaje se iba acomodando, incluyendo al que será mi compañero de viaje. ¿Quién?, pues nada menos que el hombre de negocios. ¿Casualidad?, lo dudo mucho.
Me abroché el cinturón ajustándolo con fuerza, buf, demasiada fuerza. Lo tenía tan ajustado que casi podía sentir la hebilla incrustado en la columna. Miré al centro del pasillo y las azafatas comenzaron a realizar las indicaciones informativas para casos de emergencia, puse todos mis sentidos incluyendo el sexto sentido (si es que existe de verdad). Cuando indicaban el lugar y el uso de las mascarillas, casi por impulso quise tocar donde habían señalado para comprobar que a mí no me faltaba. Mi compañero de viaje me cogió de la muñeca interrumpiendo mi empresa. -No lo hagas, si lo haces, bajarán todas a la vez, cundirá el pánico y a ti te puede caer una buena. El tuyo está ahí, siempre lo comprueban-. Asentí un poco cortada, aunque su gesto parecía serio, sus ojos reflejaban sonoras carcajadas. Aún hoy, estoy en la duda si me lo dijo en serio o vio una oportunidad indesperdiciable para tomarme el pelo, tengo que reconocerlo, lo estaba sirviendo en bandeja. Seguí prestando atención a la azafata evitando por todos los medios mirar a mi compañero, siquiera de reojo porque seguro que le causaría algún ataque de risa.

Los motores se encendieron, "Ay madre mía, ay madre miiiiiaaaaaa", decía para mis adentros (o eso quiero pensar) apretando tanto los dientes que ni una radiografía podría determinar cuales eran los de arriba y cuales los de abajo. Cuando el avión comenzó a moverse, literalmente clavé las rodillas al asiento y pegaba hasta más no poder, la espalda en mi asiento. Con el corazón desbocado, observé por la ventanilla como nos movíamos. "Tranquila, tranquila" me decía a mí misma para intentar calmarme, poco a poco me iba tranquilizando, incluso me atreví a abrir un poco, muy poquito el ojo. "Tampoco era para tanto, tenían razón, es como un autobús", pensé para mí. De repente, el avión triplicó su velocidad y pude notar como el morro se erguía dejando mi estómago en los tobillos. Cerré los ojos con tanta fuerza que pude ver infinidad de puntitos blancos rojos y azules parpadeando y flotando en mi voluntaria ceguedad.

No sé cuanto tiempo permanecí así, solo abrí los ojos y regresé a la realidad cuando oí la voz de mi compañero de vuelo. -Perdona "resalá" ya te puedes tranquilizar, estamos en el aire y el avión va en línea recta. Si no te importa, ¿podrías soltarme la mano?, no es que me incomode, es que empieza a dolerme un poco.
Miré su mano, la tenía fuertemente agarrada y un par de uñas mías clavadas en su piel, no para hacer sangre pero sí para dejar una señal en la piel. Sentí que toda la sangre que dejó de circular por mis venas se acumuló en mi cabeza, me puse roja como un tomate, me disculpé bastante cortada y como no sabía qué decir o hacer, como la vergüenza dominó mi miedo, decidir girar la cabeza para mirar por la ventanilla.

(Continuará...)

1 comentario:

  1. Muy muy bueno "resalá"...
    Es que eres genial.

    Me ha encantado recordarlo, hasta he llorado...
    de risa.

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